Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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Gafas de cerca
Cuándo la palabra cuñado se convirtió en un sinónimo de sabelotodo, de un todólogo de ocasión, eso no sabría colocarlo uno en el tiempo. Cuándo el cuñado pasó a sustituir a la suegra como objeto de cierta guasa interfamiliar debe de ser algo relativamente reciente. Haciendo caso omiso de que si uno tiene un cuñado es porque uno mismo es hermano político –horrible expresión– de ese mismo pariente, se ha erigido en categoría cachondeable a aquella persona archisabida sobre cualquier cosa. Cómo la suegra castigadora ha devenido en cuñado coñazo es un caso de análisis costumbrista; porque la mayoría de la nosotros apreciamos a la madre de nuestra esposa y también, en general, a su hermano (valga decir la recíproca de género: esposo, hermana). Hay una victoria sobre el machismo de andar por casa en eso de que la suegra haya sido sustituida por el cuñado como prototipo de mono de goma al que arrear. Creo que es algo muy español todo esto.
Los así considerados ahora “cuñados”, ellos o ellas, pero sobre todo ellos según viene observando uno, ellos, han encontrado un biotopo propicio en las redes sociales, esas trincheras desde la que cualquiera, a cubierto y sin contención, asevera, sentencia y hasta pontifica. Sin dar la cara físicamente, o sin mayor riesgo personal. Los “hilos” de las redes dan cancha a la mala leche –esos “jajajajaja” de sarcasmo chungo—, y a cientos de expertos con menos papeles que una liebre, liebres bocazas. Tiene uno la impresión de que hay ciertos asuntos en los que los cuñados digitales lo dan todo. Uno de ellos es el deleznable mundo de los futboleros; los falsos, los hinchas. Los que odian al contrario histórico más que aman a sus supuestos colores.
Pero en particular, me llaman la atención los cuñados del negociado de la gastronomía. Los que lo saben todo sobre la cocina, sobre cómo cortar el jamón o cómo debe ser el punto de densidad del huevo de la tortilla de patatas. Vaya bravura, cuánta certeza, qué capacidad de soltar el regüeldo y quedarse rascándose la panza luego. Felices cual perdices, a gusto detrás de su arbusto. Sostengo, pendiente de mayor indagación, que, en internet, el masculino de “cuñado” es muy adecuado para connotar al sabedor de todo. No así el femenino de “suegra”, que no lo sabía todo... y daba igual. Creo que no, que la suegra como arquetipo con el que hacer chistes era otra cosa, más tierna y cara a cara; al fin y al cabo, ella es la gran madre de los hijos de cualquiera. Pero más coñazo que un hombre enterado en cocina no lo fue nunca una madre política. Llámenme machista. Jajajajaja.
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