
La Rambla
Julio Gonzálvez
Pareces más joven
Lo feo es mejor taparlo. Si la habitación está muy sucia, mete todo debajo de la alfombra. Si un niño pequeñito llora porque otro le ha hecho daño, dile que es una tontería, que no se llora por eso. Se tienen que hacer fuertes. Entre el profesorado luego se comentará entre risas que no son más que «cosas de niños», sin importancia. Si un chico o una chica tiene una conducta ejemplar, tiene buenas calificaciones y (sobre todo) no se queja, no tenemos nada de qué preocuparnos. Cómo se sienta o no se sienta no es asunto nuestro. Tenemos mucho que hacer. Si con el tiempo el propio niño o niña se queja, ya sabes, la solución es «un abrazo y tan amigos». De esa forma aprenderán que no tienen que venir a calentarte la cabeza y que no sirve de nada que pidan ayuda. Repite: en tu escuela todos se llevan perfectamente. Tú sabes que esto es mentira, que en cualquier grupo humano (desde edades muy tempranas hasta adultos) hay filias y fobias, personas con las que sientes mucha afinidad y otras que te desagradan, pero no en tu clase, no en tu cole, no en tu instituto. Ahí todos se llevan genial, como muestran los datos de tu escuela. No hay un solo parte de amonestación, ni una sola expulsión, no se ha tenido que tomar ni una sola medida preventiva ni disciplinaria, no se ha abierto ningún protocolo de acoso (¿qué es eso?, piensas). Si algún chico o chica se queja de manera continuada, no dudes en revictimizarlo. Mejor que se quede callado. Haz debates públicos donde se demuestre que es un chivato o chivata. No hagas nada por protegerle. Pregunta al grupo lo que piensan, nada de entrevistas individuales o investigaciones. Si es la familia la que se queja, no lo dudes. El mejor consejo es que la víctima se largue a otro centro. No queremos quejicas ni problemas. El problema es que cuando escondemos sistemáticamente la mierda debajo de la alfombra, llega un momento en que se amontona, no se puede andar, no se puede estar ni vivir, huele, nos trae infecciones y todas las personas enfermamos. Los datos de bullying, abusos, salud mental, depresiones y suicidios juveniles están ahí. No son de cristal ni son más quejicas. Quizá les haya tocado un mundo mucho más complejo que el nuestro. Quizá la alfombra se haya convertido en un vertedero de basura tan grande que no podamos evitar verlo, desde nuestra atalaya de adultos que no hicieron nada por arreglarlo. Démosle una vuelta.
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