09 de octubre 2024 - 03:10

Bien hallado el sábado que comienza con un estático desayuno en la Plaza Marqués de Heredia mientras personas esperan su turno en el mayestático Café Colón, mesas vacías esperan sus clientes en el solitario bar de la esquina con la mini avenida de las estrellas. Poco solicito, más espacioso y sereno. Alejado del castizo Colón, la sórdida trifulca entre cliente del café y cliente de los asientos de la plaza, léase indigente. Lectura de periódicos sosegada, suave conversación, camino sin prisas hacia el Museo del Realismo, donde un publicitado Sorolla nos espera. Uno, varios, pocos. Repetido recibimiento, seguridad, venta de entradas, recogida de bolsos, recogida de entradas y acompañamiento, todo realizado por distintas personas en el concentrado vestíbulo de entrada. Despegue de tanto boato para dirigirnos directamente al tema de Sorolla, la exposición temporal. Para sorpresa malvada, en la exposición temporal de Sorolla, hay auténticos Sorollas, pocos ciertamente, pero haylos. En un desarticulado orden de museocomposición, hay que estar atento para distinguir los Sorollas de los no Sorollas, también de categoría, es más, a veces de demasiado categoría más que los Sorollas ya que la heterogénea selección conseguida de Sorollas despista al visitante, cuadros de gran tamaño, pequeños formatos de carácter familiar muy logrados y una variopinta colección de paisajes, cuadros menores, estudios, rápidas composiciones de la Alhambra y su entorno, playas rocosas, con poco detalle, confusión para el espectador no versado en el autor, que aún no dispone de las manidas audioguías que den luz a la luz y a la falta de ella. Definitivamente, los no Sorollas ganan por goleada a los Sorollas, espectacularmente, conseguida colección de no Sorollas, que recogen el mundo valenciano de la época, cargados de realismo sin difumino de pinceladas sorollianas, grandes caballeros, alcurnia de otros tiempos, escenas populares, rostros macilentos, ajados, reclutados en tabernas, exteriores de mozas y rurales campos y lagunas, barbas pobladas, vestidos de damas oscuros en vetustas mecedoras, chalecos de reloj colgante, estudios de academia, dibujos del natural. Musas esquivas que descienden al piso bajo, huidizas mentes escuálidas que nunca aman saber más de todos los recovecos de cada mota de óleo. La sensación, la inanidad, la vacuidad, la futilidad, el desapego, la captura, la huida.

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