De la soledad

Cuando la soledad me envuelva quizás me arme de una inmensa pena o quizás me instale en un silencio de piedra

04 de junio 2024 - 00:00

No sé quien inventó el curioso Día Mundial de Brindar por la Soledad el 11 de julio. Quizás no esté exenta de intencionalidad la fecha porque para brindar, en principio, se necesitan dos personas.

Hay fechas conmemorativas que sirven para alimentar vivos deseos, como el 14 de febrero, o quizás para recordar este mundo tan vivo que quema demasiado rápido, como cada 5 de junio el Día Mundial del Medio Ambiente. Pero esta nueva fecha en el calendario parecería una broma si no se nos hubiese revelado que el pasado año la OMS declaró la soledad como un problema de salud pública. En un mundo en el que hay cifras para todo el Diario de Almería nos informaba fechas pasadas que en Almería casi 75.000 almerienses viven en soledad.

Como en la enfermedad, hay una soledad benigna como la que decía sentir Miguel Hernández en uno de sus sonetos para crear su reino propio, el reino solitario de un amor tierno y sin domar, ávido por transmitir la melancolía y la belleza de la soledad: “Yo nada más soy yo cuando estoy solo”. Pero no te hablo de esa sino de la soledad venenosa, mortífera, como la que arrastran miles de personas cada día que, a veces salva y a veces mata, esa que vive comprimida y atada al desamparo, la que crucifica sin certezas y te rinde al tiempo, la que marca la vida de quienes se levantan cada día con la intención y el peor de los designios: vencer su soledad sin certezas.

No hay estadística capaz de medir la cantidad de soledad de mujeres golpeadas, niños desamparados, personas vejadas y humilladas por su raza o sexo, ancianos excluidos sin soporte familiar que les fortalezca; gente con trabajos precarios, informales o inestables, familias arrojadas a la soledad de vivir en un mundo hostil... Nada debe ser tan doloroso como encontrarse rabiosamente perdido, sin certeza siquiera de la hora siguiente, sin deseos sin promesas ni fantasía a la que asirse ni sueños útiles, todo esos materiales con que se fabrican el ser humano. Pero, ¿qué espacio nos separa de esas realidades? Apena los dígitos de una fecha que es sólo presente frágil donde el futuro apenas es leve certeza.

Cuando la soledad me envuelva quizás me arme de una inmensa pena o quizás me instale en un silencio de piedra, pero sí sé que sentaré la soledad a mi lado como una cosa muerta, observaré su grado de cocción sobre mí como una punzada de quietud y, antes de que me elija y me penetre y me robe la esperanza yo la elegiré a ella como una cosa muerte. Porque esa cosa muerta, maldita sea, es inevitable, no para que nos mate sino para aprender a curarnos las heridas solos.

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