Luis Ibáñez Luque

La sociedad dialógica

Hasta hace relativamente poco, las personas con formación universitaria eran consideradas auténticas autoridades. Se les hablaba de Don, manteniendo la distancia. Quien iba al médico, solía ir con sus mejores ropas, recién duchado y peinado (si podía ser, perfumado). Cuando el maestro afirmaba algo, nadie se atrevía a cuestionar su palabra. Lo mismo que con el abogado, el arquitecto, el ingeniero… o el cura, aunque este último por otros motivos. Las posibilidades formativas y el acceso a la información eran tan restringidos que quienes lo lograban eran considerados casi «seres superiores» a los demás, aunque su profesión se correspondiera más con un determinado estatus económico que con sus capacidades intelectuales. Sus opiniones (que también las tenían) y sus afirmaciones se convertían en ley para cualquier plebeyo (esto es, la gran mayoría de la población).

Con la democracia, el acceso universal a la educación y las autopistas de la información y la comunicación, esto se ha transformado radicalmente. El nivel formativo general ha aumentado considerablemente. Tenemos muchos más profesionales especializados, han mejorado enormemente los servicios sociales y asistenciales, hay un acceso universal a la información… y ya no admitimos tan fácilmente las verdades. Ahora cualquier persona puede informarse sobre su análisis, sobre sus derechos o sobre lo que hace una escuela que está a dos manzanas, o a dos mil kilómetros de distancia. Ahora se pide al médico que nos explique el por qué de un tratamiento, le planteamos si sería conveniente hacer una prueba médica o no, preguntamos al profe el sentido de lo que se hace, porque quizá tres escuelas más allá hacen algo distinto y lo sabemos, porque sabemos el potencial educativo de las redes, de las TIC, de escuelas libres, abiertas a la comunidad, de escuelas creativas, donde se fomenta el pensamiento crítico…

Esto, que tanto molesta a menudo a los profesionales, es una de las mayores revoluciones que han sucedido en la historia de la humanidad: la democratización del conocimiento.¿No hay límites, entonces? ¿todo se puede cuestionar? Por supuesto que los hay. Los límites los establecerán los argumentos, el conocimiento científico y los derechos humanos. En ese marco irrenunciable, que nos alejará de todo relativismo, es sano y positivo que cuestionemos las cosas… y nos queda el diálogo para construir, que no es poco.

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