
Antonio Lao
La lluvia de marzo, el agua del futuro
Suena una alarma. Alguien se ha perdido; o se lo ha llevado el agua; o está encerrado en la sexta planta de un edificio en llamas; o un grave accidente de tráfico reclama presencia urgente. Casos que se producen con cierta frecuencia en nuestro ámbito. Y cuando suena la alarma se moviliza medios de todo tipo, sobre todo personales y mecánicos. Y se movilizan también los medios de comunicación dando norte puntualmente de cómo se encuentran las labores de rescate, y cómo avanzan narrando la situación de optimismo o pesimismo de los sujetos que participan en el rescate. Y la gran mayoría de la población está pendiente de salvar una vida. Hacerme eco de estos hechos, de esta respuesta me resulta gratificante: vivimos en una sociedad que se muestra solidaria y preocupada por la supervivencia de algunos de sus miembros. Vemos que hay personas que literalmente se juegan la vida por salvar a unos semejantes o incluso para rescatar unos cadáveres. Veía yo las imágenes del rescate de unos montañeros despeñados al intentar una subida al Moncayo, y por los mismos sitios y por los mismos derroteros tuvieron que bajar los equipos de rescate, y un helicóptero casi rozando con sus aspas tratando de llegar a lo más profundo del barranco. Se trata de una vida, nos dicen. Y por salvar una vida, cualquier cosa. O son cadáveres de seres humanos Y me imagino a una sociedad que hace lo indecible por evitar la muerte, y también el dolor de sus miembros. ¿Será que somos sensibles al dolor? ¿Podríamos decir que es por eso? Pues hombre: ya me gustaría. Me gustaría ver a unos poderes públicos que hacen también lo posible y lo imposible por evitar el daño, por eliminar problemas de TODOS los ciudadanos. Y también me gustaría ver cómo se movilizan los ciudadanos por procurar una vida digna a TODOS los ciudadanos. Pero me temo que me voy a quedar con las ganas. A no ser que, como decía algún político ilustre de la capital de España, no se ve que haya gente sufriendo miseria, hambre, abandono. O como hacía Gil y Gil: en su entorno no hay pobres porque a todos los echaban de Marbella. Mal que les pese a unos y a otros, esas situaciones penosas existen pero no se ven movilizaciones públicas o privadas para evitarlas. La mala vida de esas gentes son algo cotidiano, no tienen el cariz de espectáculo inusual: y la costumbre hace que se encallezca el sentido de la solidaridad. Y pasamos de largo.
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