A Vuelapluma
Ignacio Flores
No son las emociones, son las deudas
EL 22 de marzo, como cada año, se celebra el Día Internacional del Agua. Una oportunidad única para recordar la importancia del líquido elemento. Un bien escaso y muy preciado, en un mundo en el que las sequías cada vez son más prolongadas. El control del agua se me antoja esencial en la sociedad del futuro y, si me apuran, ya en la actual. Un recurso cada vez más escaso y valioso propiciará, a poco que se nos vaya de las manos, las guerras más cruentas a las que la sociedad humana se puede enfrentar a no tardar mucho. La provincia de Almería ha hecho los deberes.
La precariedad en forma de escasez que se padece en gran parte del país casi pasa de largo por esta esquina del Mediterráneo, en la que el desierto campa a sus anchas devorando hectáreas de tierras cultivables y montes, en los que el matorral pide paso al bosque de encinas y pinos. Conocedores de la sequía y en la búsqueda permanente de cómo afrontarla, los almerienses vieron hace muchos años que la solución pasaba por un uso racional del agua de los acuíferos y el embalses de la poca que llega de las avenidas. Pero si en algo fuimos pioneros fue en la desalación. Las plantas, otrora criticadas y no aceptadas por los visionarios cortoplacistas de los trasvases, son ahora una solución muy a tener en cuenta, sin olvidar el reciclaje de los muchos hectómetros de consumo humano que antes se desaprovechaban y que ahora riegan miles de hectáreas de cultivos hortícolas y frutales, convirtiendo la aridez en un vergel, el desierto en un jardín y el barbecho de matorral en el verde intenso de las hortalizas, trufadas con el plástico transparente de los invernaderos poblados de riqueza y vida.
Unos deberes, como les digo, que han sido hechos y superados con nota, aunque no podemos ni debemos pensar que todo está conseguido. Los retos son elevados, el tiempo para alcanzarlos escaso y la presión de la Unión Europea superable, siempre y cuando se cumplan las cada vez más duras y exigentes normativas.
Abrir un grifo y ver manar el agua o un gotero en el invernadero es un ejercicio de responsabilidad grande. Un ejercicio que pasa por superar todas y cada una de las trampas en forma de obstáculos que un medio ambiente sostenible y azul necesita y que yo comparto. Normas y reglas, reglas y normas sin las cuales esto se podría convertir en un paraíso sin ley y que a las primeras de cambio sería devorado por negacionistas, desaprensivos y amigos de lo ajeno. Catervas todas con lo mejor de cada casa, a los que es mejor no dar tregua. Mientras seguimos en la cotidianeidad de acelerar proyectos, mejorar los existentes y buscar nuestra propia solidaridad, sin depender de la de los demás, parece interesante proyectar la imagen de respeto por un mundo azul, por el uso sostenible del agua y por la educación de dar valor, creyéndonoslo, del uso estricto y responsable sólo de lo que necesitamos, sin desperdiciar ni una sola gota.
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