Antonio Lao
El silencio de los pueblos
El debate sobre la inteligencia artificial (IA) es omnipresente en los últimos años, desde numerosos ámbitos de la sociedad y también en la educación. Omar Hatamleh, español y jefe de Inteligencia Artificial en el centro Goddard de la NASA, nos avisa de que dentro de 50 años va a ser casi imposible distinguir un robot humanoide de una persona, y los trabajos que podrán realizar serán tanto de tipo creativo como muchísimos empleos como la agricultura o la construcción, que ahora dependen de la inmigración.
La revolución que se está adentrando en nuestras vidas y nuestras sociedades es gigantesca, de repercusiones incalculables. No seré yo quien ejerza de gurú triunfalista ni de pájaro de mal agüero, determinando si traerá más consecuencias positivas o negativas. Lo que parece claro es que transformará el mundo en gran medida.
No hay ninguna mente humana que pueda competir con la inteligencia artificial, por un simple motivo: no es «una» inteligencia, sino la suma de las «inteligencias» que toda la humanidad tiene depositadas en la web y en infinidad de bases de datos. En rapidez, en cantidad de conocimientos e incluso en la manera de manejar estos conocimientos (ya sea de manera rigurosa, flexible, creativa o adaptativa, según las necesidades) la IA ganará por goleada a cualquier persona, comunidad o colectivo.
Por tanto, cabe plantearse la propia esencia del ser humano. ¿Hay algo en lo que destaquemos sobre la IA? ¿nos queda algún ámbito estrictamente humano? ¿no son acaso esos ámbitos los que la educación debería cultivar en mayor medida?
Si la IA parte del conocimiento acumulado, quizá nuestra salvación se encuentre en el pensamiento divergente, en aquello que nadie ha pensado, que puede parecer absurdo, eso que la IA descartaría o ni siquiera contemplaría. El ser humano es capaz no solo de construir a partir de lo que existe, sino también de imaginar lo que no existe. Además de esto, las reflexiones éticas y morales sobre lo que hacemos y por qué lo hacemos son estrictamente humanas, y tenemos que ser las personas quienes controlemos siempre las acciones de las máquinas, o puede suceder que lleguen a controlarnos a nosotros, como en las películas apocalípticas de ciencia ficción. ¿Por qué no dedicar nuestros esfuerzos al desarrollo de estas capacidades en torno a cualquier tipo de conocimiento, contenido o aprendizaje escolar? Lo vamos a necesitar.
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