05 de julio 2024 - 03:09

La carretera se movía como un pañuelo ondeando al viento; el paisaje daba vueltas girando como si lo estuviera mirando por un caleidoscopio; a duras penas he conseguido orillar el coche y pararlo. He perdido la noción del tiempo y solo puedo concentrarme en mantener la calma, permanecer con los ojos cerrados y controlar el mareo. Al cabo de un rato consigo contactar con mi familia y pedir ayuda. Algo más tarde oigo el sonido de una ambulancia…

Con la pandemia salíamos a los balcones y a las ocho de la tarde aplaudíamos a los sanitarios: el tiempo pasa y se nos olvidan las buenas acciones, pero deberíamos hacer este gesto todos los días del año y reconocer el trabajo de unas personas que son capaces de dar lo mejor que tienen por ayudar a los demás, de estar junto a nosotros cuando estamos más desvalidos por encontrarnos enfermos o accidentados. Y ahí están ellos, con su esfuerzo, su dedicación, sus conocimientos y sus habilidades, para alargar su mano y ayudarnos en esos momentos vitales de debilidad, de indefensión, de desamparo.

Tenemos una sanidad pública envidiable, que yo he podido constatar personalmente estos días. La calidad humana del personal es impresionante porque, a pesar de trabajar en condiciones de presión, de recibir algunas respuestas de pacientes, por decirlo suavemente, poco amables, de tener que realizar tareas muy desagradables, a pesar de todo ello, tienen, la inmensa mayoría del personal, un comportamiento y unas formas de dirigirse educadas, comprensivas y empáticas.

Nuestro sistema sanitario es de todos y tenemos que defenderlo por todos los medios. Tenemos que luchar contra intereses bastardos que quieren privatizarlo y hacer negocio con la salud, eso sí, para los privilegiados que puedan pagarlo. Y lo hacen devaluando los servicios públicos, no dotandolo del personal necesario, dilatando el tiempo de las listas de espera, cerrando centros de salud: la típica y vieja estrategia de llevar las cosas a una situación tan precaria que la mejor opción para mejorar sea la privatización. En mi caso y según mi experiencia, solo tengo palabras de agradecimiento para quienes me trasladaron en ambulancia al Toyo y a Torre Cárdenas; para Juan y Tomi, del área de observación del Toyo; para los celadores, auxiliares, enfermeras, personal médico… del servicio de urgencias de Torre Cárdenas; para una gran cantidad de personas anónimas que me regalaron su mejor sonrisa. Para todos ellos mi eterno agradecimiento.

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