Antonio Lao
El silencio de los pueblos
La normalidad, que es un estado tan valioso como infravalorado, no suele hacer presente lo mejor y lo peor de cada cual. Con la pandemia del COVID, se acuñó la expresión “nueva normalidad”, pero la condición sustantiva de la normalidad prevalece y se deja afectar poco por la compañía de lo adjetivo. Esto es, más que nueva normalidad, esta se restablece o recupera, aunque adecue algo su carácter. Los acontecimientos extraordinarios, los sucesos imprevistos, las tragedias o las catástrofes son, entonces, situaciones que propician la expresión de las bondades más valiosas o de las maldades más perversas. Tal es el caso de las torrenciales lluvias en Valencia, que se han llevado centenares de vida arrebatas a la normalidad y han extendido la desolación, el desamparo y la ruina.
Presumir que, ante tan desmedida magnitud de la catástrofe, iban a funcionar sin desarreglos los servicios y los agentes concernidos acaso resulte imposible, pero esta consideración no disculpa, en modo alguno, la demora o la insuficiencia de las actuaciones y medidas, conocida la sorprendente e insólita intensidad de los efectos. Es comprensible, por otra parte, que se pospongan las explicaciones y las valoraciones -¿y la asunción de responsabilidades?- para no interferir en las actuaciones y respuestas que procuran atemperar tan dramática situación. Sin embargo, ponerse en los zapatos de cualquiera de las personas o familias afectadas por esta tragedia, que resulta dantesca, debiera ser un constante ejercicio de quienes tienen responsabilidades mayores en la dirección, coordinación y atención a la catástrofe que rompe y destroza la normalidad de los días no ahogados por el torrente de la desgracia. Así lo hacen quienes manifiestan lo mejor de la condición humana, entre los que están destacando los jóvenes, no pocas veces señalados con el descompromiso y la indiferencia. Mas también se constatan, con intenso rechazo, comportamientos ruines como la difusión de bulos y noticias falsas, saqueos, robos, actos vandálicos y, asimismo, la instrumentalización política ante las medidas y respuestas adoptadas o por adoptar.
Dijera o no Machado “Solo el pueblo salva al pueblo”, escribía sobre la guerra civil y esta descomunal tragedia necesita sobremanera respeto al pueblo por parte de quienes deben representarlo dignamente y, también, por quienes forman parte de él.
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