Así, de repente

15 de octubre 2024 - 03:06

Como en muchos artículos anteriores, comienzo esta columna agradeciendo la gran fuente de inspiración que suponen mis paciente. En esta ocasión, de forma muy cercana en el tiempo, se me presentaron sendas consultas en torno a la dificultad para aceptar el paso del tiempo. Y aunque esto a todos nos cuesta un poco, hay a quien le supone un auténtico problema de salud.

Sucede que un día, así, de repente, te miras al espejo y percibes que algo ha cambiado. Esa juventud que dábamos por sentado, que nos pertenecía por derecho de forma eterna, se nos ha escapado sin darnos cuenta. Arrugas y canas, antes apenas perceptibles ahora marcan el curso de nuestro devenir. Pareciera que el tiempo ha estado jugando con nosotros y ha salido de su escondite de golpe.

Pero es que, así, de repente, los hijos han dejado de corretear por la casa. Van creciendo, van desarrollando su personalidad y se van alejando de ti en la necesidad natural de individuarse y llevar sus propias vidas. Nos damos cuenta, entonces, que el tiempo no sólo nos ha atropellado a nosotros sino que también empuja a todos los demás.

La vida, en su naturaleza impredecible nos sorprende constantemente. Así, de repente, nos puede llegar una gran alegría. Un encuentro fortuito, un golpe de suerte o un éxito que no veíamos llegar. Hay momentos en los que todo parece encajar a la perfección. Pero también hay momentos en los que, también de repente, todo se tuerce y la vida nos bombardea con su lado más cruel.

Y, en medio de todo esto, estamos nosotros. Adaptándonos a vivir con lo inesperado e intentado encontrar consuelo en las escasas certezas que nos brinda el mundo. Porque todo cambia constantemente y aunque caminemos a menudo por la cuerda floja seguimos enfrentando cada día, cada “así de repente”, con la esperanza de que lo siguiente sea un poco mejor o de que, al menos, consigamos sobrellevarlo con toda la dignidad posible.

Y es que así, de repente, nos golpea la realidad de nuestra existencia. La vida no espera, no nos da tregua. Sencillamente sigue su curso y lo único que podemos hacer es acompañarla, navegarla intentando no dar muchos bandazos ni caer por la borda. Siempre podemos aprender a fluir con sus mareas, sabiendo que, aunque no podamos controlar casi nada de lo que sucede sí podemos decidir como afrontarlo. Al final, lo importante no es evitar la tormenta sino encontrar la forma de mantenernos a flote.

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