Sobre relatos y cuentistas

02 de febrero 2025 - 03:11

Era Poca relevancia se ha dado a la justificación del Fiscal General del Estado para difundir una noticia que infamaba a la pareja de Ayuso y por eso era “imperativo publicar” (sic) porque “si dejamos pasar el momento, nos van a ganar el relato”: con un NOS, escandaloso. Y apenas se ha glosado tampoco, qué signifique en la vida pública ese “ganar el relato”, a pesar de la trascendencia del sintagma para la salud democrática de un país. Porque sabemos que los relatos moldean las mentes ciudadanas a través de metáforas y prejuicios manipulables por quien conozca las reacciones impulsivas populares, que arman su identidad, justo, sobre relatos compartidos, ya se llamen patria, credos teológicos o históricos, con sus leyendas y sus mitos que labran y dan coherencia a la autoidentificación colectiva. Al punto que, sin un relato común, no existiría ni el dinero ni la ley ni las religiones, cuya expansión tan exitosa es inconcebible sin relatos como la Biblia o el Corán.

Por eso todos los sátrapas modernos, desde Stalin a Goebbels supieron que la reiteración incesante de discursos falsarios o conspiranoicos calaban en millones de personas a quienes podían domar. Y jugaron con eso, aún sin alcanzar la perfección técnica que logra la fabulación actual de patrañas. Porque lo que hoy se denomina, en clave política, el relato, es un tipo de invectiva o chisme que forma parte de un plan para dañar la imagen del adversario-enemigo, aventando entre medios y redes, sus errores o miserias, a la vez que se avivan otras emociones positivas para quien lo cuente: el cuentista. Un plan tan mezquino como temible, que analiza A. Applebaum (Autocracias SA), revelando cómo algunos regímenes autocráticos en alza, desde China a Rusia, ya invierten miles de millones en agencias camufladas entre redes multimedia sin más afán que divulgar relatos, tanto informativos -o sea bulos-, como de opinión -o sea cuentos- a través de troles bien pagados, con el fin de magnificar su imagen política y de desprestigiar a las democracias, degeneradas y corruptas de Occidente, noticiando versiones falaces de cuanto ocurra, para desacreditarlas. Ejemplifica también, por cierto, con el caso del ‘proces’ catalán. No es labor de un día: es un falseo programático, conocido entre asesores de la Moncloa que lo usan, cada día con más tino y furor. Y todo porque “hay que ganar el relato”. Como dijo el propio Fiscal General politizado. ¡Qué horror!

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