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Víctor J. Vázquez
Una amnesia no sólo cristiana
Aunque seguir la actualidad informativa no siempre resulte posible, ni muchas veces deseable, cierto es que las noticias, sobre todo si son de alcance o sorprenden, llegan a conocerse de un modo u otro, ya que muy distintos y variados son los canales y los medios que lo propician. Pasar revista a los asuntos que acaparan la actualidad nacional e internacional no da para el sosiego o la esperanza, acaso porque, como reiteraba el añorado Julián Marías, adquieren notoriedad sucesos, hechos o personajes que poco lo merecen, y quedan postergados reconocimientos y distinciones bastante más relevantes. No hace falta completar un inventario de los episodios nacionales e internacionales en que hacen de las suyas la confrontación, el cesarismo, las banderías, los intereses y toda una cohorte de atropellos que alejan de la participación en los asuntos públicos y acrecientan la devaluación de la política, con los inconvenientes barruntos que de ello resultan. De modo que, aunque correspondan al ámbito de la utopía, quepa al menos formular anhelos imposibles. Como si, solo con formularlos, algún remanso de quietud pudiera alejar o apartar, ocasionalmente, el descontento con lo noticiable, con el parte -que no es solo de guerra- de cada día. De suerte que se anhela un estado de apaciguamiento y de sosiego, cual una mítica Arcadia regida por la tranquilidad, la sencillez, la felicidad y la paz. Si bien, en la península del Peloponeso, donde la actual Arcadia sigue estando, la sociedad de pastores, milenios atrás, no ocupase tan idílico enclave, sino más bien tosco, rudo e inhóspito. Imaginar, bucólica y casi paradisiacamente, en esta posmodernidad si acaso hedonista, una sociedad de ese tipo puede resultar algo más propio de particulares y contraculturales movimientos, tendencias o doctrinas, y no un propósito más o menos común o extendido. Pero si Virgilio, a mediados del siglo I a. C., encontró motivos para ensalzar la vida pastoril, aquietada y natural, en la Églogas que dan forma a la poesía bucólica, razones habrá para imaginar una sociedad serena y armónica, si bien idealizada. Por más que, hasta en esa Arcadia mítica, un mundo perdido, existiera o no, de encantos idílicos, se hiciese presente la muerte, pues desear el sosiego no da para el afán de eternidad. Por eso “Et in Arcadia ego”, ese “Recuerda que morirás” del “Memento mori”, ya que la muerte también está y reina en Arcadia. Mas esa presencia es natural e incluso se aceptaría sin sobresaltos.
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