
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Sánchez desencadenado
Informaba este Diario hace poco, que varios municipios, entre ellos Almería, han iniciado la revisión de sus planes urbanísticos para adaptarlos a la nueva ley andaluza (LISTA). Todo un desafío social porque nadie duda a estas alturas, que el hábitat marca los hábitos de sus habitantes y que, por ello, la ordenación urbana de una población es un reto complejo ya que conjuga referentes climáticos, culturales o socioeconómicos que condicionan el bienestar ciudadano o las cíclicas crisis de viviendas. Sobre todo, porque, al margen de su incidencia estética, que también sufre, el planeamiento determina el uso racional de los recursos disponibles, ya que no es igual vivir en rascacielos que a ras de suelo. De ahí lo trascendente de prever un diseño idóneo a la hora de ampliar o renovar una ciudad. Y de ahí que tal reto deba abordarse como todo un arte (siquiera simbólico y no apofántico, que diría E. Trías), dada la repercusión sociológica actual y futurista, que acarrea el modelo por el que se opte. Porque hay quien prioriza un crecimiento horizontal o expansivo, tipo Ciudad Jardín, de inspiración británica, un modelo atractivo pero caro por su consumo de infraestructuras y de suelo, que aquí ha colmatado la vega. Tampoco falta quien siga apostando por algún modelo clásico, tipo el Eixample que, a mediados del XIX, transformó Barcelona y la convirtió en un referente de planificación airosa, por sus amplias calles y avenidas, entre edificaciones con chaflanes esquineros para facilitar el tránsito de rodado y peatonal. Los hay que apuestan por los rascacielos, como en Benidorm, donde hoy proyectan un gran ensanche en el que ningún edificio podrá tener menos de veinte plantas, para optimizar así una sostenibilidad que prime la eficiencia en el consumo de energía, concentre infraestructuras críticas, como la depuración de aguas y ahorre viales y tráfico rodado al quedar todo tan cerca que hasta la basura se recoge en pocas horas. O sea, que en este ámbito no existen patrones dogmáticos ni generalistas, porque no requiere el mismo planeamiento una población costera que otra de serranía, aunque lo que sí requieren todas es que se impliquen sus ciudadanos y técnicos tanto para prevenir catástrofes naturales, como para evitar abusos y bodrios como el de Almería capital, nefasto vestigio del salvajismo constructivo y de la ausencia de criterio planificador en los antiguos gestores de esta deslucida ciudad.
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