Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Postdata
En 2020, Joseph Henrich, especialista en biología evolutiva humana en Harvard, publicó un ensayo –Las personas más raras del mundo– en el que argumenta, y quizá demuestra, que las transformaciones culturales han modificado al individuo que vive en países occidentales. Él lo llama el homo WEIRD, lo que responde a un doble origen: weird es extraño o raro en inglés; al tiempo, constituye un acrónimo compuesto por la W (Western), la E (Educated), la I (Idustrialised), la R (Rich) y la D (Democratic), o sea, occidental, educado, industrializado, rico y democrático.
Pero ¿cómo hemos llegado a ser raros? Señala Heinrich que históricamente la vida se ha organizado a través de la familia extensiva, del clan. Así ocurre hoy en China, India o las tribus de la Amazonia y ocurrió en la Europa deprimida del primer milenio. Fue la Iglesia, con sus nuevas normas familiares la que desencadenó el cambio: impidió o dificultó los matrimonios consanguíneos, prohibió el divorcio y la poligamia, favoreció la salida de la casa familiar, asentó la propiedad y la herencia. Todo un proceso divergente que se acelera a partir del siglo XVI, cuando el protestantismo generaliza la alfabetización para facilitar la lectura de las Sagradas Escrituras, impulsa el desarrollo de las ciudades y del comercio e inculca la libertad de acción concedida por una salvación que solamente exige fe. Aparece entonces, tras una Ilustración que robustece la democracia y el derecho, el hombre WEIRD, un sujeto individualista, paciente, muy trabajador, analítico, sociable pero impersonal, siempre pendiente del reloj, inconformista, reacio a las tradiciones y responsable único de sus actos.
La conclusión de Heinrich es terminante: somos raros y hasta exóticos. Más el protestante que el católico, aunque con perfiles similares. Esa rareza ha generado un modelo formidable de éxito social y económico que se perpetúa hasta nuestros días. No obstante, crecen hoy los escollos: la importación del modelo provoca graves tensiones en sociedades colectivistas o muy tradicionales; aumentan entre nosotros las voces infelices; la psicología WEIRD podría terminar siendo un paréntesis en el imperio de la secular naturaleza humana; y, por último, empiezan a surgir síntomas de regresión (el hiperorgullo nacional, el odio al extranjero) en nuestros propios espacios. ¿Somos, pues, una anomalía efímera? El tiempo y la fortaleza de nuestras convicciones lo dirán.
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