Me quiere, no me quiere

Ahora podrán tomar los roscos con chocolate caliente mientras sonríen pensando: “hemos tenido que llegar hasta aquí para compartir un rato”

27 de enero 2024 - 00:00

El viento me arrastraba en volandas. Se arremolinaban las hojas formando montículos anaranjados en los rincones de la calle. Sin salida. No way. La señal de tráfico previa a girar a la izquierda advertía de la barrera al tráfico. Fin del trayecto. No sé cómo llegué. Abrí como pude la cancela y la puerta golpeó como un estruendo al evadirse de mis manos. El pelo se hizo un nudo, y las mechas de la melena eran una maraña de cabello enredado lleno de polvo. Se oían ladridos a lo lejos, a la cara nadie me muerde. Destemplada logré calentar una mezcla de poleo menta con manzanilla y tomillo en rama. Ni el calor de la chimenea ni el líquido infusionado lograrían atemperar el helor que en ese momento percibía mi cuerpo. Cuando la conocí sentimos una conexión inmediata. Como si desojara su nombre, me comentaba los vaivenes de la vida. Pétalo a pétalo desnudaba la flor hasta dejarla en el tallo.

En ciernes. Me revelaba secretos, bajo llave duermen. Quedábamos a merendar cada vez que se perdía por el Mediterráneo. Carla, Nico y Carmen eran la excusa para poder pasar una tarde cualquiera. Sus audios cuando regresaba a las gélidas aguas del Cantábrico eran pausados y con un castellano impecable. Me gustaba oírlos varias veces. Sigo oyéndolos cuando pienso en ella. Las personas no se terminan de ir nunca. Recordarlas es una forma de hacerlas presentes. Invierto mi tiempo regulando custodias y regímenes de visitas. Lástima que no sea de obligado cumplimiento hacerlas, aunque fuese de mes en mes, por allá arriba. Debería estar impuesto, más que ir a misa de domingo. Dar un paseo por las nubes y volver a verlas. Lloraba mientras me puse a hilvanar un dobladillo. Ya no escuchaba aullidos lejanos, se coló en mi cabeza el sonido del pedal de la máquina de coser. Parecía que estaba allí tarareando bajito, con sus gafas gruesas de color caramelo que empequeñecía sus ojos cansados con cataratas. No tenía arrugas, ni en la piel ni en el alma.

Por estas fechas ya desenfundaba las túnicas para ir aireándolas. En breve comenzaría sus rituales de cuaresma. Sagrados los viernes. El arroz con habichuelas, el potaje de calabaza, los cirios, el incienso, el olor a dolor para volver a la vida. Mi cabeza condensó en un momento miles de imágenes, parecía una lavadora. Cuando pensaba en una, me acordaba de la otra, me acordaba de muchos. Ojalá ellas puedan recordar también. El hilo se resistía a traspasar el minúsculo agujero. Así no, hija. Mira. Pasaba el cordel de seda por sus labios y humedecido se deslizaba sin complicaciones.

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