Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Digo que defiendo incondicionalmente la escuela pública, la única que lo es, no la concertada ni la totalmente privada. Digo que defiendo que los servicios públicos sean de titularidad pública, por una cuestión muy simple: nunca una empresa privada, por muy eficiente que sea, va a anteponer el interés general al propio. Cuando digo esto, a mis amigos de derecha liberal (que los tengo) no les gusta.
Digo que la escuela tiene que contribuir a construir a que las personas superen sus situaciones de partida, debe contribuir a la justicia social, a luchar contra la pobreza, la desigualdad, las guerras… debe contribuir a mantener sanas costumbres que tengamos, a cuestionar las que no lo son. Cuando digo esto, a mis amigos de derecha conservadora (que también los tengo) no les gusta.
Digo que me gusta definirme como un radical, en el sentido etimológico de ir a la raíz de las cosas, no quedarme en las capas superficiales ni circunstanciales, no construyendo solo desde lo efímero o los intereses particulares, desde las posibilidades colectivas. Cuando digo lo de radical, a la mayoría de mis amigos (ni de derecha ni de izquierda) no les gusta.
Digo que mi apuesta por lo público es radical, sin ambigüedades de ningún tipo. Añado, además, que lo público me parece mucho más sagrado que lo privado. Intocable. Debemos ser mucho más cuidadosos con «lo común» que con lo que cada uno tiene en términos económicos o materiales. Si quiero ir regalando billetes de 20 euros, despilfarrar o darme un capricho con mi dinero, no veo por qué no hacerlo. Sin embargo, los recursos públicos considero que deben ser mirados y gestionados con lupa. Es por ello que creo que se podría hacer mucho más en educación y en todos los servicios públicos. Sin renunciar a los derechos laborales adquiridos, con flexibilidad, con participación democrática de todos los sectores implicados, con segundas y terceras oportunidades… pero pensando también en los resultados (cuantitativos y cualitativos), evaluando, dando incentivos y contemplando la posibilidad de que no todo el mundo sirve para todos los trabajos. El profesorado no es una excepción. Se trata, entonces, de promover la eficiencia y la rendición de cuentas en la función pública. Cuando digo esto, buena parte de mis amistades de izquierda se me enfadan. Por tanto, quizá la solución política sea solo una: desde lo público, construir lo que no existe.
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