Antonio Lao
El casco histórico y las estrategias para recuperarlo
Apesar de su formidable papel en el desarrollo de la democracia, los medios de masas en general y la prensa en particular, al menos en España, apenas cuenta con lectores y patrocinadores suficientes como para ir tirando con aprietos, y no es raro que dependan de la publicidad y la ayuda institucional aleatoria. No es ningún secreto que las Administraciones se cuenten entre los mayores inversores publicitarios y, menos secreto aún, que lo que publicitan sea más propaganda que otra cosa, sobre la gran gestión de quien paga. Tampoco es algo casual usar una cosa para la otra, porque si la publicidad se ciñe a fomentar productos de consumo, la propaganda disemina (pro/paga) ideologías para captar adeptos y desacreditar a otros. Así que da gusto ver cómo se derrochan recursos autonómicos y estatales, premiando líneas editoriales adictas o acríticas. A menudo con fondos europeos malgastados frívolamente. Como da cierto pavor seguir los sistemas de concesión de nuevas licencias de frecuencia radioeléctricas a grupos cuyo único o principal mérito es su grado de apego al gobierno empeñado en primar un monopolio camuflado. Así que si, entre unas cosas y las otras, los medios en apariencia privados y supuestamente imparciales en sus tratamientos informativos van quedando cautivos de las subvenciones o dispendios publicitarios de las administraciones de turno, en la práctica se incorporan a los medios públicos que, por definición, priorizan la propaganda sobre la información. Y no es sana esta deriva porque la prensa, desde su origen, fue y debería seguir siendo, portavoz de todas las opiniones políticas que coexisten en una sociedad, y no la emisaria de los lobby políticos y económicos interesados es crear estados de opinión adeptos y adictos. Aunque claro, para mantener esa apuesta ha de ganarse cada día la confianza de sus lectores a fuerza de información veraz que es lo único que la justifica como pilar de la democracia moderna. Una neutralidad que es incompatible con el discurso propagandístico para expandir falacias y consignas sectarias de quien tenga cautivas sus cabeceras por los resultados de sus cuentas, porque las cuentas de sus resultados dependan de lo que digan o dejen de decir sobre los Ábalos, Koldos, nepotismos, conciertos privilegiados, y tanta miseria como corrompe el poder de los gestores de inversiones publicitarias reconvertidas en propaganda politiquera.
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