Desde lo más profundo del alma

10 de octubre 2024 - 03:09

Si a una persona, desde pequeño, se le va diciendo que es cabezón o que no es muy listo, sea o no verdad, se lo termina creyendo; termina aceptándolo de modo inconsciente. De alguna manera se le forma un complejo del que es difícil, muy difícil, sustraerse. Claro que lo mismo sucede cuando se alaba desmesuradamente a alguien: puede terminar adquiriendo un complejo de superioridad que puede llegar a convertirlo en persona muy desagradable. Es lo que pasa cuando nos inculcan algo desde pequeños, o cuando vivimos una situación que nos machaca un día y otro: terminamos asumiendo en nuestro fuero interno ideas y valores derivadas quizá indirectamente de lo que nos rodea. Por eso, no me extraña que muchos de nosotros podamos tener en el inconsciente ideas que de modo racional rechazamos pero que emergen cuando menos lo esperamos. Por ejemplo, la cuestión del racismo. Hay quienes se declaran inequívocamente racistas. Sin embargo, muchos negamos con contundencia ser racistas. No solo porque sea políticamente incorrecto reconocer que sí lo somos; también y sobre todo porque racionalmente vemos totalmente absurdo pensar que haya razas que constitutivamente, esencialmente, sean inferiores. Parte de esa creencia absolutamente irracional, inconsciente, se debe entre otras cosas a la educación religiosa que hemos recibido y que llega a ser contradictoria. Se nos decía una y otra vez que “todos somos hijos de Dios”; sin embargo he recordado una serie de episodios que se producían básicamente en estas fechas y que se llamaban campañas del Domund. Recuerdo aquellas huchas que simulaban la cara de un oriental o de una persona afroamericana que llevábamos por la calle para pedirles a los viandantes un dinero para las misiones. Pero ese dinero iba dirigido a los “negriTOS” o a los “chiniTOS”, dicho así con un deje de conmiseración que no dejaba de albergar cierto aire de pena, un cierto pensar “yo no soy como esos, pobrecitos, que necesitan mi ayuda”. Si unimos esos mensajes a la cantinela de “por el imperio hacia Dios”, todo eso genera un aire de superioridad que puede derivar, de hecho deriva, en respuestas como las que se encuentran en el último informe de 4dB rechazando a los inmigrantes. “Nos roban el trabajo”,” generan inseguridad”, “son demasiados”. Eso opina una mayoría de nuestra sociedad. Aflora lo que hay en lo más íntimo de muchos de los encuestados. Puro prejuicio.

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