
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Salto tecnológico
La deriva de la tecnocracia bebe de la misma lógica que la sofocracia de Platón: deberían gobernar los que más saben. Pero olvida que para éste, estos no eran ni los más fuertes, ni los más ricos -a quienes el filósofo desdeñaba- sino que solo los sabios guiarían al pueblo por la ruta más segura. Una apuesta inviable en la historia porque la elite intelectual nunca asumió el reto de someterse a una tarea navajera, como la política, en la que prima la razón de quien grite más, con razón o no. Y sobre todo porque política y poder van tan engarzados que aquella atrae, como moscas, a quienes no tienen otra opción de lograr no ya poder, sino siquiera algún sueldecillo y alguna prestancia social. Ese era el escenario más habitual entre las democracias occidentales de la modernidad: intelectuales encovados y políticos crecidos, aunque -salvo alguna excepción en tiempo excepcional, caso de los padres de la UE- de mediocridad campante. Pero hete aquí que de forma sorpresiva resurgen, como en otras épocas aciagas para la humanidad, los ricos de los que recelaba Platón, aupados ahora en el áurea mediática del éxito empresarial. No son solo ellos, pero valga el ejemplo de EEUU -cómo no, si hablo de democracia y riqueza-, donde ascienden hasta la gloria del poder un gran tiburón blanco, experto en bancarrotas por medrar entre negocios de gran riesgo, del bracete de otro rico, el más rico crispador de organigramas corporativos y plantillas sectoriales. No es poco mérito el del uno y el otro, con sendos currículos de ingenierías negociales que les prestigian como auténticos maestros, si ese fuera el reto, en el arte de implantar estrategias para dotar de eficiencia las burocracias tradicionales y que sean tan competitivas como una empresa privada. O al menos ese sería el anzuelo, si lo he entendido bien. Pero oiga, la Administración no es una empresa que si va mal se cierra y se abre otra. Y dudo de que sean compatibles la mentalidad empresarial para menguar costos, con las exigencias poliédricas del mundo político, cuyo fin no es lograr beneficios sino resolver carestías sociales, donde las recetas solo economicistas suelen generar más problemas que soluciones. Porque disminuir gastos está bien, pero privatizar la gestión política sobre la justicia social o que honre el principio de que la Administracion no está para ganar dinero sino para cubrir necesidades convivenciales, no lo veo ni medio claro.
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