Ética del poder
El primer hábitat
Al principio todo es tibio. Mi mundo es una cúpula perfecta donde la luz se filtra en destellos difusos, pero no me importa, tampoco necesito demasiada claridad. Todo lo termino haciendo por pura intuición. Estoy tan cómodo que no sé donde acaba mi cuerpo y donde empieza mi entorno. Mi piel se funde con todo lo que me rodea de tal manera que me siento parte de algo más grande. Todo lo que necesito llega a mí sin apenas esfuerzo: no tengo que bajar al Mercadona a por queso en lonchas, no me hace falta. Y, aun así, siempre termino disfrutando de los mejores nutrientes.
Vivo tumbado, agazapado y cómodamente acurrucado en la posición más confortable del mundo. No necesito grandes distracciones para pasar el día y estoy tan ensimismado que ni me entero si el móvil se queda sin batería. Es cierto que soy feliz con poco, pero es que tengo todo para ser feliz. Mi espacio vital se adapta a mi propio cuerpo como el agua adquiere la forma de un jarrón. Estoy tan cómodo que puedo dormir durante un par de horas, despertarme, estirarme un poco, comer algo sano y volver a dormirme. Esta penumbra a veces me hace perder la noción del tiempo, no sé si son las doce de la mañana o las siete de la tarde y, la verdad, ni me importa. No quiero saber si fuera llueve, nieva o un meteorito amenaza acabar con el fin de la humanidad. Este letargo me hace ignorante, pero feliz. A pesar de sentirme como dueño y señor de mi propio entorno (aunque no haya pagado ni un duro de la hipoteca), no me importa no poder gozar de algunas de las ventajas de la arquitectura moderna, como la maravillosa ventilación cruzada o la infinidad de plataformas de entretenimiento de una Smart TV. Sin embargo, en ciertos momentos experimento algunas sensaciones que me advierten de que quizás no soy el amo de mi propio destino. Creo que tiene que haber algo superior a mí, que se escapa a mi entendimiento y que es propietario de mi suerte. Y no solo desde el punto de vista metafórico o espiritual, sino de una forma tangible, a veces llega a ser tan intrusivo que termina decidiendo si me tumbo de lado o boca arriba. No lo percibo como una forma de dominación, ni mucho menos. Todo lo contrario, confió en que se trate de una protección tan pura que nace de manera orgánica. Sin lugar a dudas, soy parte de algo mayor, algo que me protege y me cuida como una madre cuida a su bebé por encima de todas las cosas.
También te puede interesar