
Equipo Alfredo
¡Qué bonito es el amor!
Cada día nos cuesta más estar, y por tanto, nuestro ser se va difuminando progresivamente. Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos convivido con tantas distracciones. Damos como algo normal que nuestra mente salte de un pensamiento a otro continuamente, como si le diera miedo pararse un rato. Esta dinámica no es más que un reflejo de la sociedad que construimos entre todos. Basta dar una vuelta por la calle para confirmar la auténtica guerra que, sibilinamente, pugna por captar nuestra atención. Rótulos luminosos y propaganda de todo tipo se dan codazos para atraparnos. La música de las grandes superficies rinde pleitesía al consumo desaforado. Saben que determinadas frecuencias y ritmos nos animan a gastar más y más rápido. Y en el cénit, los móviles: el invento definitivo para terminar de encerrar nuestras almas. Grupos de amigos que se reúnen en torno a una mesa para que cada cual ande enganchado a su terminal o parejas que ni se miran porque solo tienen ojos para las siete pulgadas de sus pantallas. Miles de coloridos megapíxeles al servicio de la desatención. Nos encontramos físicamente en un lugar, pero mentalmente en otro. Ni siquiera somos capaces de salir a correr o conducir sin música que rellene ese espacio. Sin embargo, los momentos de presencia plena son los que nos conectan de verdad con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos.¿Pero cómo podemos recuperar este arte perdido? Desenchufarse deliberadamente es una estrategia clave; poner el teléfono en modo avión durante ciertos momentos del día puede ser un respiro. Centrarnos en un solo foco a la vez también es fundamental, ya que la multitarea nos da la ilusión de productividad, pero en realidad dispersa nuestra atención. Escuchar de verdad es otro hábito a recuperar, ya que, en lugar de pensar en qué responder mientras alguien habla, debemos probar el ejercicio de escuchar con plena atención. Finalmente, observar sin prisa es una manera de reconectar con la realidad, ya que mirar el cielo, sentir el sol en la piel y notar los detalles de lo que nos rodea nos hace vivir lo que está ocurriendo en este preciso instante. Recuperar el hábito de estar presentes es un acto de resistencia contra el ritmo moderno. Es la forma más sencilla y profunda de conectar con la vida. Porque, al final del día, los momentos en los que realmente estuvimos son los que recordamos con más claridad.
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