Pongamos que hablo del tabaco (I)

10 de julio 2024 - 03:09

Según dice Rousseau acerca del “contrato social”, las personas nacemos libres, pero las normas de la sociedad les coartan esa libertad y, para evitarlo, propuso que el único gobierno legítimo es el que se basa en un contrato voluntario entre todos los ciudadanos, por medio del cual todos renuncian a ciertos derechos individuales y a cambio reciben un bienestar común.

Está claro que ese es el ideal. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos cuando lo recibido no es equitativo a lo entregado? Pues caben dos soluciones, la 1ª pelear por conseguir lo que les falta; y la 2ª es, sin hacer dejación de la anterior, vivir como si estuvieran inmersos en una burbuja que los aisle de lo que quieren ignorar o sortear. Eso, en realidad, es procurarse la libertad y la justicia social escamoteadas.

Un ejemplo paradigmático de esa situación es Cuba. Pero curiosamente, en la vieja Europa también tenemos un ejemplo que ya ha dejado de ser emergente para ser una realidad. Lógicamente hablo de la vieja España y la no tan vieja. La España de población comunicativa, solidaria, campechana, afable, con un buen nivel de educación y buenas maneras sociales. Que usaba un castellano rico hasta en el más humilde pueblo que podías imaginar. Recordemos a don Ramón Menéndez Pidal y su “Flor Nueva de Romences Viejos”, buscados por los pueblos más humildes que se puedan imaginar, tomando notas o grabando en cilindros de cera. Pero dejándonos escritos ejemplos de libertad, respeto y solidaridad, en textos que te enriquecen cuando los lees.

Como me encanta contar cosas positivas, tengo que hablar del tabaco y del café, que son dos artículos que no están en sus mejores momentos de popularidad, y de los cuales no pienso hacer un panegírico, pero que gracias a ellos tuve una magnífica conversación con un “muchacho”, pues según me dijo tiene 22 años, que me dejó maravillado por su madurez. Y todo empezó estando yo tomándome un café en una terraza. Se acercó, me saludó y me pidió el mechero para encender un cigarrillo.

Gracias a ese gesto, nos presentamos, se sentó conmigo y como es cubano, estuvimos hablando de Cuba y de España durante más de hora y media.

Extraje dos conclusiones: es una pena que lo que se ha encontrado “acá” no se lo esperaba, pero curiosamente, la situación que se ha dejado “allá” no nos imaginamos hasta qué punto de miseria llega, y eso en un país en el que España construyó un ferrocarril antes que aquí. Para terminar, de momento, unas palabras de Sabina: “... Y a las barbas de la revolución / Les salían más canas cada día / Y el mañana era un niño que mentía / ...”

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