Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Dispone la normativa electoral que, desde la convocatoria de elecciones y hasta que se vote, se eviten noticias que puedan influir en la orientación del voto. No se prohíbe, empero, que partidos y candidatos en liza nos abrumen con una propaganda invasiva que no respeta las reglas básicas de la publicidad engañosa. Porque los políticos sí pueden mentir, cambiar de opinión o vender gato por liebre y no pasa nada. Luego está eso que llaman “normas no escritas” que amplía el veto a lo que afecte a sus familiares. Por ejemplo, que un juez cite a declarar a la ciudadana Begoña sobre un hecho privado, es una osadía al ser esposa de un político. La impresión que transmite tanto celo prohibicionista es que los políticos querrían mantenernos in albis, y para ello encapsulan cada noticia que revele algo enojoso para su imagen en burbujitas fugaces, aunque eso nos deje desinformados sobre sus enredos personales. Alguna vez, como en este año, que se encadenaron tres elecciones seguidas, las novedades ocultadas se han acumulado durante meses y el día que termina el secuestro informativo, que siempre llega, las burbujitas escandalosas revientan. Vean: hasta el domingo 9-J, todo parecía una balsa de aceite, o casi, pero llega el lunes 10-J, y aflora en tropel la realidad tozuda. Y ya quiebran, una tras otra las pompitas colorinas que encubrían lo real: y ya aparece la amnistía en el BOE, -sin publicar para atrasar críticas de la judicatura y los fiscales del T. Supremo de que la malversación no es amnistiable-; y un Juzgado de Badajoz, otro más, procesa al hermano del presidente por varios delitos; y cuando ya no cabe repensar el voto, el Parlament ridiculiza la tesis sanchista y desobedece al TC al permitir a Puigdemont votar en remoto; y aflora que Begoña Gómez se apropió de un software de la Complutense; y que se condonan 15.000 millones de deuda catalana (¿sabe quién los pagará, no?). O sea, aparece el mismo lunes una avalancha de escándalos que, influyan o no en el voto, resulta indecente que su existencia se haya hurtado a los votantes. Y aquí seguimos, otra vez, engañados. Porque los indepes no renuncian a nada y además se les privilegia; porque los indicios de corrupción familiar abruman y si al cabo no merecieran sanción penal, el reproche ético es ya insoportable. Y porque todas las pompas de jabón versátiles que nos pintaban de sol y grana, al acabar de votar, tiemblan y súbitamente, quiebran.
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