Platónico, romántico, endemoniado

Mal augurio es que hablar, o escribir, del amor romántico lleve a la figura retórica del oxímoron, de la contradicción. En un “instante eterno” o en una “luminosa oscuridad” puede advertirse esa combinación de palabras con significado opuesto, de la que resulta un nuevo sentido. Tampoco ha de considerarse, sin abandonar la retórica, que el amor romántico constituya una redundancia, ya que, en materia amorosa, distintas y distantes son las manifestaciones con que el amor se presenta y cursa, por lo que importa no confundirlas. A partir de este acercamiento retórico, cuyo propósito va algo más allá del arte de decir bien, convertido el amor romántico en oxímoron, se abre la contradicción entre la condición sustantiva -el amor- y la adjetiva -romántico- que han recorrido, emparejadas, los siglos. Por tanto, el amor romántico no es una expresión redundante, sino que califica el amor con una manifestación no poco genuina y principal, generalmente acompañada por el mantenido deseo de dar con ella. Así las cosas, acercar el amor platónico al amor romántico no es un error fatal, mas sí perturbador. El amor platónico, sin necesidad de idealizaciones, tiene más alcance que el de corresponder a necesidades o apremios carnales, por lo que no conlleva siempre una expresión sexual -mucho menos, lujuriosa-, sino que los deseos emocionales prevalecen sobre los sensuales, aunque puedan combinarse. De suerte que el amor platónico, en su caracterización, se vincule a la espiritualidad. Y no debe confundirse, como habitualmente ocurre, con el amor no correspondido, en esa expresión coloquial, y figurada, de “dar calabazas”, que no reciprocidad, ante el ferviente deseo que quien busca la correspondencia. Si bien Platón se sube a la parra filosófica, pues hace tal idealización -ahora sí- del amor platónico que no lo asocia al amor inalcanzable, sino a amar la belleza del carácter, del alma, bastante más valiosa que la del cuerpo, considerada algo insignificante. García Márquez probablemente no se detuvo en estas disquisiciones cuando, con especial acierto, tituló una de sus novelas Del amor y otros demonios, y se valió del realismo mágico -un oxímoron literario- para atribuir al amor una naturaleza endemoniada, capaz de romper las contenciones de la voluntad y el deseo. Luego, platónico o romántico, acaso los demonios del amor hagan que este descienda a los infiernos para afirmarse después entre los amantes.

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