Luis Ibáñez Luque

La piedra en el zapato

Lo oportuno es siempre «lo que toca», lo que está bien visto, lo que el común de los mortales considera apropiado, lo que entra en nuestros oídos sin pena ni gloria, no aterriza en nuestra memoria a largo plazo porque es «más de lo mismo». Es lo cómodo, regalarnos los oídos, reiterar lo interesante de lo que decimos unos y otros. Es un punto de reposo necesario, encontrar el calorcito del hogar, de la llama encendida y el beso de buenas noches.

Cuando se trata de tomar decisiones, de optar por unos principios y otros, una organización u otra, una manera de relacionarnos, de comunicarnos, de construir, de aprender… sin embargo, surgen las luchas de poder y los intereses. Habermas propone desde hace mucho que las decisiones se basen en el consenso, llegando a un acuerdo que satisfaga todas las partes, de manera que no sea necesariamente la postura inicial de nadie, pero todo el mundo se pueda sentir parte e incluido en una idea. En una comunidad ideal de hablantes, esto se debe hacer sin presiones, sin condicionantes, sin estrategias de poder…

Y luego llega el partido político de turno, el departamento universitario correspondiente (como alumnado o docentes), la comunidad de vecinos en que vivimos, la asociación del barrio, el AMPA, el equipo directivo de un centro educativo, el claustro de profesores y profesoras… y se otorgan a sí mismos el poder de decidir qué es lo que toca o lo que no toca hablar, qué es lo oportuno o lo inoportuno, como si por ser de un determinado grupo todos tengamos que pensar, decir y actuar del mismo modo, «por el bien común». ¿El bien de quién?, cabría plantearse. ¿El bien de quienes deciden lo que es el bien? Si nos piden que cerremos filas frente a alguien o frente a una idea, si no se acepta la disidencia, el cuestionamiento, la crítica, es imposible construir. ¡Cuánta tradición nos falta, cuántos ejemplos quedan por construir, qué gran necesidad de que esta idea cale en nuestra sociedad!. Por eso hay ciertas personas que nunca llegaremos a nada en política. Por eso no tenemos aspiraciones de autoridad más que las que nos otorgan los demás, las personas que nos rodean. Por eso nunca suscribiremos una disciplina de partido, ni de asociación, ni de claustro. Porque considero que desde la argumentación, el respeto y la escucha mutua, desde el afán por entendernos, ser la piedra en el zapato del sistema es a menudo la mejor opción.

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