Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Amistad virtuosa
Ay, si los egipcios hubieran conocido el poder de las cenizas! Si tan solo, en lugar de tallar y arrastrar gigantescas piedras de un lado a otro, hubieran podido ver cómo el polvo, la tierra y el agua se transforman en roca gracias al poder del fuego para dar forma a un material tan sólido como eterno. Si hubieran entendido que, como los romanos siglos después, podían hacer de la piedra un líquido capaz de adaptarse a cualquier molde, el mundo habría sido otro.
En la antigüedad, la piedra era el corazón de la arquitectura. Aunque las pirámides de Egipto siguen siendo un hito de la humanidad y de su fuerza bruta, fueron los romanos quienes realmente transformaron la construcción con el hormigón. Lo llamaban opus caementicium, y era esa piedra líquida de la que hablaban los sabios en sus sueños. Con él, construyeron puentes y edificios que, como el Panteón de Roma, siguen resistiendo el paso de los siglos.
Lo fascinante de la invención romana fue que no solo hicieron de la roca un material flexible, sino que lo mezclaron con un deseo casi místico de crear lo inquebrantable. La mezcla de cal, agua y puzolana, una ceniza volcánica, les permitió levantar estructuras tan complejas como bellas, que no solo eran funcionales, sino que desbordaban de simbolismo.
En el apogeo del imperio romano, la presencia del hormigón era omnipresente. Desde las columnas que se elevaban como árboles en un bosque urbano, hasta los imponentes puentes que cruzaban ríos, uniendo territorios y culturas. Si los romanos pudieron hacer esto con una receta tan simple, uno no puede evitar pensar qué habrían logrado si hubieran tenido las herramientas y los conocimientos de hoy.
Y aquí estamos, siglos después, con una piedra líquida más moderna que nunca. El hormigón sigue dando forma a nuestras ciudades, pero también a nuestras contradicciones. Aunque hemos aprendido a perfeccionarlo, su producción a gran escala es muy dañina para el medio ambiente. Nos enfrentamos al mismo dilema que los romanos, solo que hoy sus daños ya no se notan con el paso de los siglos, sino con la rapidez de los ciclos ecológicos.
Al final, el poder de la roca nunca estuvo en su dureza, sino en su capacidad para transformarse. Quizás, si miramos bien, estamos más cerca de los romanos de lo que creemos. Solo necesitamos recordar que, cuando el agua y el polvo se encuentran, lo efímero se convierte en eterno.
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