
La Tapia con sifón
Antonio Zapata
Manolo el de Los Mimbrales
Decir que el Reina Sofía es un museo de arte contemporáneo que, pagado con el dinero de nuestros impuestos, no nos representa a miles de autores que vivimos y trabajamos en España es una obviedad. Pero su dinámica sectaria, manipuladora y excluyente, ha alcanzado en los últimos tiempos una ferocidad insólita entre los museos de su rango y tipología, si lo comparamos con otros del extranjero. Casi todo lo que allí se exhibe está al servicio del discurso elegido y no por su valía o calidad artística. Es un museo enfermo de discurso y con un discurso enfermo. Para quien no conozca la verdadera historia del arte español desde los inicios del pasado siglo, entrar allí por primera vez puede parecer una oportunidad para aprender con una abarcadora totalidad –casi enciclopédica- lo que en España se hizo década por década; tal es el cúmulo de revistas, folletos, carteles y publicaciones ad hoc. Nada más lejos de la realidad. Se magnifican determinados sucesos, estilos o autores y se silencian a decenas de otros igualmente válidos y que, en ocasiones, fueron más importantes en su tiempo. Sirva como ejemplo Ignacio Zuloaga, el pintor más importante en la España del primer tercio del siglo XX, del que no hay ni una sola obra colgada en sala, a pesar de contar el museo con una veintena de ellas en sus fondos, la mayoría obras maestras. El agravio silenciador hacia su figura continúa en salas como las dedicadas a la educación en zonas rurales, donde se habla de las Misiones Pedagógicas o La Barraca, pero se olvida citar a Zuloaga como el único artista que en la época construyó unas escuelas a sus expensas, en Fuendetodos. Y lo mismo sucede en la sala dedicada al Concurso de Cante Jondo en Granada, del que fue uno de sus principales organizadores. En otras ocasiones se cuelgan determinadas obras o autores para señalarlos con el dedo acusador, ya sea por rancios, “antimodernos”, o por no encajar en determinados corsés morales o ideológicos de hoy. Frente al Guernica, por ejemplo, hay una sala dedicada a los cuadros y dibujos de exasperadas mujeres llorando realizados por Picasso después del gran cuadro. En el texto de pared se los califica, sin el menor argumento convincente, de obras fuertemente patriarcales que demuestran el abuso del autor hacia Dora Maar, su compañera sentimental de ese momento. Así de alucinante, estupefaciente; un museo público alejado de todo rigor científico y objetivista, asumiendo como verdades determinadas ideologías o incluso doctrinas radicales de grupos minoritarios de poder.
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