Vía Augusta
Alberto Grimaldi
‘Informe caritas’
Papá, ¿por qué estás tan serio?”Quería saber la razón por la que el padre no participaba de la alegría de los hijos y nietos en la fiesta familiar. Cuando todos reían, él los observaba con una expresión que parecía distante. Antes de responder, se aseguró de que sus palabras fueran las adecuadas. La pregunta era importante, la respuesta debía serlo también. - “Lo que ahora mismo está pasando, es un gran acontecimiento. Estoy almacenando vuestras voces, gestos, las miradas de cariño entre unos y otros… Estoy reteniendo la felicidad… tan fugaz, tan apresurada, tan fugitiva. Os miro con recreo. Recuerdos como este, son tesoros que, cuando nos hace falta, sirven de consuelo. Claro que disfruto. Doblemente. Ahora mismo, y en cualquier momento. Cuando esté lejos de vosotros, en el pueblo, y me sienta solo, echaré mano de este ratico muchas veces, para revivirlo con la misma emoción que ahora siento, aunque no te lo parezca, hijo”. Nunca volvió a preguntar. A partir de entonces, se aplicó a seguir el ejemplo de su padre. Acababa de enseñarle que lo mejor de la vida, pasa, sencillamente; y que hay que tener abiertos los ojos, y, el corazón, para verlo y disfrutarlo, en el momento presente, y muchas veces más, cuando vayan pasando los años. Aquella respuesta, le hizo comprender que lo que más vale de una persona es lo que lleva dentro, oculto, “el patrimonio intangible” al que poder acogernos cuando la suerte nos abandona, se nos quebranta la salud, o perdemos el otro patrimonio: el material y evaluable. Siendo un niño de doce años su padre, una enfermedad ósea fue la primera contrariedad de su vida. Después, llegaron otras. Instintivamente, fue sabiendo que de poco servía quejarse y de nada servían las conversaciones vacuas; que hablar y escribir, eran oficios convenientes para llegar a entenderse consigo mismo y con los demás; que al hacer lo uno o lo otro, no era recomendable correr: antes de hablar, pensar; antes de escribir una letra, asegurar el trazo, conscientes de que lo que decimos o escribimos, es “fe de vida”, rastro, testimonio, huella que dejamos en el camino, grito pidiendo respuestas al silencio… y, hasta sollozo, por la orfandad que sentimos cuando Dios parece dejarnos solos en un mundo dominado por hombres ambiciosos y hostiles dispuestos a meterle fuego al planeta. Cuando el peligro nos asuste, la memoria será el refugio que nos salve. También nos salvará la certeza de no haber deseado el mal de nadie. ¿Podrán tenerla los políticos lenguaraces y pendencieros que tan mal ejemplo dan a la ciudadanía?
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