
Paso a paso
Rafael Leopoldo Aguilera
Semana de Pasión
“creemos que esta Universidad haría un gran servicio si fuera capaz de presentar con novedad y atractivo, y en línea creadora y de progreso, valores auténticos de la arquitectura y urbanismo de la región, que ahora se ven como testimonio de un pasado muerto. Ayudar a ver con ojos nuevos lo que hay de permanente y vivo en la tradición de una gran cultura arquitectónica”. Estas evocadoras palabras forman parte de la Memoria original del proyecto de la antigua Universidad Laboral de Almería (1973), hoy Instituto Portocarrero. Se trata de una de esas obras que se descubren con el tiempo. Proyectada por Cano Lasso, Campo Baeza, Martín Escanciano y Más-Guindal, esta construcción se ha convertido en un referente que sigue resonando con muchos de los retos actuales que afronta la arquitectura.
El edificio se define por su composición clara y ordenada, la luz y la sombra dibujan los espacios con una precisión casi matemática. Sus patios no son solo vacíos entre volúmenes, sino mecanismos de control climático y los escenarios de la vida cotidiana. Recorrerlos es una lección implícita de cómo el espacio se adapta al clima y a sus usuarios, permitiendo transiciones constantes entre interior y exterior, entre lo privado y lo colectivo.
En su diseño hay una búsqueda de lo esencial. Los patios, con su proporción precisa, generan un juego de luces y sombras que varía a lo largo del día, otorgando dinamismo a los espacios sin necesidad de artificios. El edificio nos muestra que la luz puede esculpir el espacio, que el vacío es tan importante como el lleno y que el orden puede ser libertad. También nos enseña a medir el tiempo en la inclinación de las sombras y a entender el ritmo del día a través de los cambios de color de los muros. Más allá de su valor arquitectónico, la Universidad Laboral es un espacio cargado de memoria. Aquellos afortunados que estudiaron entre sus blancas paredes se llevan a sus espaldas una mochila de recuerdos de esos que terminan siendo incluso escenarios de sueños nocturnos, aunque hayan pasado 20 años desde entonces. Las conversaciones bajo los pórticos y la sensación de amplitud que les brindaban aquellos corredores no se olvidan fácilmente. La arquitectura, en su mejor versión, es capaz de trascender su materialidad y convertirse en una experiencia. No se trata solo de una escuela, es una ciudad en miniatura, un laberinto de patios y sombras donde cada rincón parece contar una historia.
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