Hisn Burxana
Antonio Martínez
Redes sociales sin menores de 16 añosCuarta subida de pensiones
Así moría un hombre en Níjar, a patadas. Dos jóvenes, uno mayor de edad, hoy está en la cárcel, el otro menor, en el tribunal de menores. Le dieron una patada en la cabeza para robarle el móvil y la cartera. Tras la primera vino la segunda, y tras ver cómo se encontraban, debieron pensar que no hacía falta ninguna más, y lo dejaron. Ellos siguieron su camino, sus vidas continuarán, la del aquel hombre se quedó allí sentado para siempre, apoyado su cuerpo en una farola, viendo como la luz, escasas las luces públicas de cualquier pueblo, se iba apagando en su entorno. Debía pensar que era la luz la que iba perdiendo brillo, pero no, era su vida la que se iba por culpa de unas patadas, dos, que cayeron sobre su cabeza, empujadas por la fuerza de los pies de dos jóvenes que querían quitarle el móvil, robarle la cartera. Se llevaron el móvil, la cartera (y con ellas, las patadas), la vida de ese hombre, cuyas imágenes han recorrido las redes, y hasta los periódicos, algunos de los que no se hubieran atrevido hace unos años o meses, las han incorporado a sus páginas y a sus redes.
Quieren hacernos creer que esto es el globalismo, que tenemos que acostumbrarnos, que la multiculturalidad tiene este pago, que la vida es dura y que tenemos que afrontarla. Que los ciudadanos debemos perdonar a estos pequeños o grandes delincuentes, como los políticos perdonan a los asesinos de Eta y sus allegados, como la iglesia nos pedía el perdón para algunos curas y obispos vascos que protegían a los asesinos, los alentaban o ellos mismos ponían en sus misas la cruz sobre la víctima. Como se quiere que olvidemos a los muertos de una parte de la guerra civil, y reivindiquemos a los del otro bando.
Blanquear a los delincuentes, parece ser el sino de los tiempos que vivimos. Y para ello, lo mejor es no saber quiénes son, de donde han venido y qué camino van a recorrer en el futuro. Lo mismo se defiende a un dictador de derechas que a uno de izquierdas, por lo que la vida, depende del color de su carnet político, vale muy poco para las partes. Son jóvenes, son nuestros hijos, nos decían y nos dicen los políticos, pues su hijos señora mía, pues los niños a los que ofrecemos un gran corazón, caballero, matan a un hombre a patadas, una, y no contentos, la segunda, en una barriada almeriense de Níjar. Y volvieron al lugar de suceso, y no tuvieron la humanidad, sus hijos, sus niños, señorías, de llamar pidiendo auxilio. Y lo dejaron muerto sobre la acera, apoyado su cuerpo en una farola que iluminaba el último segundo de su vida. Pero qué importa. Mañana lo habremos olvidado.
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