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02 de diciembre 2024 - 03:08

La vida de Miguel Ricardo de Álava, noble alavés, militar y diplomático, está marcada por su heroico papel en la recuperación de obras de arte que Napoleón había saqueado durante la ocupación francesa de España (1808-1814). Álava, nacido en Vitoria en 1772 en una familia noble, fue influido por su tío, el destacado marino Ignacio María de Álava, quien lo impulsó a ingresar en el ejército con apenas trece años. Más tarde, decidió unirse a la Armada y, tras varios ascensos, fue teniente de fragata en 1794, iniciando un viaje de vuelta al mundo que se interrumpió en Sudamérica, donde permaneció hasta 1800.

En 1805, Álava estaba en Cádiz para la invasión franco-española de Inglaterra, que fracasó tras la Batalla de Trafalgar. España, aliada de Francia hasta entonces, comenzó a distanciarse, y cuando en 1808 los españoles se alzaron en armas contra la ocupación francesa, Álava se unió a la causa patriota. Dos años después, fue designado como enlace del comandante británico Arthur Wellesley, duque de Wellington, con quien trabó una valiosa amistad y colaboró en la expulsión de los franceses de España.

Una vez liberado el país, Álava fue ascendido y, como recompensa, se le nombró embajador en París. Su misión: recuperar las miles de obras que el ejército de Napoleón había llevado a Francia. Napoleón había diseñado un plan para crear un museo en el Palacio de Buenavista en Madrid, pero al no concretarse, más de 2.000 carruajes cruzaron la frontera francesa con arte, joyas y objetos de valor de iglesias, conventos y colecciones privadas españolas. Benito Pérez Galdós describió este saqueo en su obra al decir: “No pudiendo dominar España, se la llevaban en cajas”.

En 1815, el rey Fernando VII ordenó a Álava negociar la devolución de las obras. Sin embargo, el rey Luis XVIII, monarca restaurado en Francia, respondió con ambigüedad: “Ni las doy, ni me opongo”. Ante esto, Álava organizó una arriesgada operación en el Museo del Louvre. El 23 de septiembre de 1815, envió al capitán Nicolás Miniussir con 200 soldados británicos y tropas prusianas para exigir las obras saqueadas. Aunque el director del Louvre y varios ciudadanos parisinos se opusieron, lograron sacar doce cuadros ese día. Al día siguiente, volvieron y lograron retirar 284 pinturas y otras 108 piezas adicionales.

Álava envió las obras recuperadas a la embajada española en París, desde donde viajaron a Bruselas, y en junio de 1816 llegaron a Cádiz. Allí se guardaron en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y tres años después pasaron al Museo Real de Pinturas, precursor del actual Museo del Prado.

Además de esta misión de recuperación, Álava siguió activo en la diplomacia y el ejército, participando en la histórica Batalla de Waterloo en 1815. También sirvió como embajador en Londres y en París, y ocupó cargos como ministro de Marina y presidente interino del Consejo de Ministros. Su labor fue decisiva en la recuperación de un importante patrimonio cultural y en la preservación de la identidad artística de España, lo que consolidó su legado como un verdadero héroe nacional. Miguel Ricardo de Álava falleció en 1843 en su tierra natal, Álava, dejando una huella imborrable en la historia del país.

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