
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Propaganda hilarante
Las expresiones populares, si resultan de la sabiduría que tiene esa misma naturaleza, sencilla y popular, son del todo elocuentes y, sobre todo, valiosas. Así, ante la muerte del papa Francisco, referir la expresión “ser más papistas que el papa” puede resultar a propósito del frenesí de opinadores, de vaticanistas, de intrigantes. Toda vez que la identidad y el carácter del papado que termina -y del pontífice que lo ha ejercido-, así como el inicio, transcurso y desenlace del cónclave, excitan la fruición cabalística. Por eso, las adscripciones y la confrontación que menoscaban las instituciones parecen afectar también a la congregación de los cardenales electores que, en su mayoría creados por el papa Francisco, hay quienes reparten entre conservadores y progresistas. Como si la fumata blanca no resultara de una divina asistencia a los confinados en la Capilla Sixtina, aliados naturales de la Providencia, sino de las mundanales, y diabólicas, controversias doctrinarias -no confundir con doctrina-.
¿Además de papa, era Francisco papista? Podría afirmarse que sí, al considerar tanto la convicción de sus prioridades declaradas como el mensaje implícito que expresaba con sus detalles y gestos -no son aspectos menores-. Realmente, poco sentido tendría que no fuese papista un papa, pues le corresponde serlo precisamente por su ejercicio y responsabilidades. Salvo que se entienda con “papismo” un extremo cuidado de la ortodoxia y, entonces, se manifieste que Francisco era, más bien, algo así como un papa párroco, alejado de aparatosos boatos y engrandecidos protocolos. Sin embargo, otro papismo es más reprobable: el que resulta de una cierta apropiación, asimilación o vínculo con la naturaleza y características del papado y, por ello, con el papa. En este caso, se opta por las preocupaciones, declaraciones o interpretaciones del pontífice más cercanas a la orientación ideológica de quienes así afirman su papismo, se olvidan de las que no sintonizan o no se aproximan a ella, y en el duelo se reúnen afinidades supuestas. De parecido modo, las candidaturas papales y el escrutinio de los votos cardenalicios pueden ser objeto de banderizos análisis electorales, hechos por monaguillos sobrevenidos, sin posibilidades de mucha promoción en el escalafón, como no sea a sacristanes insulsos.
En fin, descanse en paz Franciscus, enterrado dónde y cómo quería, con los gastos abonados por un benefactor.
También te puede interesar
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Propaganda hilarante
Opinión
¡Ahívalahostia hasán!
Ni es cielo, ni es azul
WhatsApps de vasallaje
Opinión
Una España de Sanchos
Lo último