Antonio Lao
Día de la Provincia, algo más que medallas
últimamente, recuerdo mucho a Manolo Villar Raso, un profesor de literatura norteamericana y escritor, especialmente por sus clases sobre como William Faulkner alcanzó la maestría que le valió un Nobel, escribiendo sobre asuntos universales a partir de la idiosincrasia de un espacio geográfico concreto.
Con esa perspectiva, durante mucho tiempo trabajé en mi idea de construir historias que intentaban ahondar en lo que hace distintiva a mi tierra, cosechando en todos los casos clamorosos fracasos. Aquel esfuerzo me llevó a aventurar que nuestros ancestros, una peculiar mezcla de pecheros castellanos salpicada de colonos del Reino de Valencia, de Murcia o de allende los Pirineos, pasados por el tamiz de la zona cero del sufismo islámico en occidente, desarrollaron una serie de características propias para sobrevivir en un espacio ecológicamente difícil, acosado por la piratería, asolado por los terremotos y aislado del poder central.
Una de esas señas de identidad imaginadas estaría ejemplificada en el tradicional dicho de “hacer lo más aparentando lo menos”, actitud seguramente adaptativa para facilitar una cooperación social que ayudara a superar las dificultades del entorno. Sin duda alguna, mi experiencia laboral vino a apoyar este convencimiento, puesto que primero trabajé a las órdenes del Marqués de la Motilla, propietario de un palacio situado en el centro de Sevilla cuya majestuosidad no deja indiferente a nadie, para después hacerlo con un presidente originario de la Cañada, quien nos inculcaba valores entre los que destacaban la empatía y la modestia. Con el paso del tiempo, no tengo ninguna duda sobre a cuál de los dos proyectos sus valores le han llevado más lejos.
Pero me temo que en ese aspecto también nos estamos globalizando. Por ese motivo, cuando Jose María Ridao, nuestro escritor vivo más reconocido (con permiso de las siguientes generaciones de autoras y autores que están revolucionando las letras almerienses), alertaba en la Plaza de Antas que quizás se esté llevando demasiado lejos la reivindicación del papel central del yo en la esfera pública, me recordó mis ideas de juventud, pues para ilustrar la necesidad de poner límites al narcisismo social, al mismo nivel de Albert Camus, recurrió a la figura de su abuelo, emigrante en Nueva York.
En ese contexto, no pudo menos que sorprenderme el planteamiento de la directora artística en la presentación de la primera sesión del Ciclo de Poesía con el que tenemos la suerte de iniciar este curso escolar. Pues si el contenido era intachable, la puesta en contexto fue un tanto desconcertante, ya que pienso que una cosa es debatir sobre el papel del “yo” en la narrativa o en la poesía, y otra enmarcarla en una sesión de psicoanálisis público con guiños a un conflicto pecuniario generacional concreto. Por suerte, los autores estuvieron al quite para zafarse de la emboscada, especialmente uno que utilizó sus recursos de contador de historias ancladas profundamente en la Vega de Allá, para reconducir el acto hacia un evento literario de altísimo nivel.
Paradójicamente, la contemplación de un ejercicio de egocentrismo por parte de alguien generosamente retribuida para acercar la alta cultura a los “intelectuales de provincias” (en palabras tomadas literalmente de cierto artículo del Babelia de infausto recuerdo), tuvo efectos colaterales. Pues vistos con esta perspectiva, los codazos que han protagonizado un par de profesionales de la vida pública para monopolizar el relato de las actividades promocionales de los productos almerienses resultan casi patéticamente entrañables. E incluso que un activista por su cuenta y riesgo rompiera el pacto no escrito entre las organizaciones sociales almerienses de derivar la comunicación sobre los problemas de nuestro campo a economistas, periodistas o profesionales que combinen la reivindicación con un conocimiento profundo de las guerras comerciales en el sector se puede entender a la luz de lo irresistible que debe ser hoy en día para algunos egos protagonizar un reportaje en una cadena televisiva líder en Europa.
Pero, a pesar de este panorama, no dudo que más temprano que tarde, superaremos esta marea de pampaneo que nos atenaza y para entonces los adalides del narcisismo que monopolizan la esfera pública serán recordados, si acaso, como malos imitadores de los queridos Gabi, Fofo y Miliki.
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