
En tránsito
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El palomo de la foto no está cojo, pero del palomo cojo se ha escrito y dicho no poco. Eduardo Mendicutti, en 1991, utilizó esa expresión como título para una novela de inspiración familiar, cuyas páginas se prestan al relato del narrador, el niño que pasó los tres meses del verano de 1958 en la casona de sus abuelos, cuando tenía diez años, y la que parecía una aburrida estancia se convirtió en el descubrimiento de la atractiva vida de los adultos, aunque fuera por sus caprichos, rarezas estrafalarias e intimidades singulares, que observó entre las habitaciones y salones de la casa. El niño no solo descubre el sorprendente universo de los adultos, sino su incipiente identidad homosexual, y observa también a un palomo cojo, por los tejados, expresión popular de la homosexualidad; ya porque, cojos, los palomos no pueden pisar a las palomas, ya porque los machos también pisan a los palomos cojos, de modo que se dio con esa esa denominación que el propio Mendicutti consideró aceptable en función de su uso: “Decir con naturalidad palomo cojo, esa es la conquista”. Y acaso, además, consabida, pues una enciclopedia haría falta para saber de los palomos no binarios, en su ingente y variopinto catálogo de identidades.
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