Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Hay palabras solemnes o biensonantes que se ensucian, decía el filólogo alemán, V. Klemperer, si se usan de forma impropia o se abusa de ellas con ánimo de prestigiarse, como hizo el régimen nazi, con la voz ‘histórico’, que aparecía en todos los actos y discursos del Führer o en cada éxito deportivo, cada inauguración cultural o cada decisión de su gobierno, porque casi todo lo nazi, ya de por sí, era histórico: perviviría en la memoria popular por siempre jamás. Y con tal exceso insolente, carente de sentido real, decía el profesor, acabó el vocablo despojado de su venerable sentido y convertido en una palabra ensuciada que exigiría luego enormes esfuerzos, para recuperar su razón de ser. Una metáfora que nos recuerda hoy, salvando tiempos, pero acaso no los modos, el atropello que hace el sanchismo con el término “progreso”, una palabra hermosa, qué duda cabe, donde convergen ideales éticos de la Ilustración en favor de la igualdad y el avance contra los privilegios clasistas o económicos del conservadurismo histórico. Porque el progreso fue un faro seductor para quienes soñamos con un mundo mejor y más justo y por eso la progresía, que maduró en el entorno social opresivo de inicios del S.XX entre la intelectualidad defensora del proletariado, se identificó por mérito propio como un pilar basilar de la izquierda primero y de la socialdemocracia, más tarde. Un significante noble ampliado luego a nuevas vindicaciones vinculadas a otros retos evolutivos globales, como el ecologismo, entendido como amenaza para toda para la humanidad. Y desde tales pautas no se entiende, alguno no entendemos, el atropello que propicia la propaganda del actual Psoe atribuyendo sin ton ni son la etiqueta de progresista a cualquier acto o decisión del gobierno por retrógrada o fútil que sea, solo por el hecho de venir auspiciada por este, como hacía Goebels con todo lo ‘histórico’ de su nacionalsocialismo. Porque ya me dirán qué tiene de progresista esa política reaccionaria de revitalizar al supremacismo catalán con miles de millones extras para costearles sus fuegos fatuos cantonales, a costa de las regiones más pobres. O la de excarcelar a etarras por pactos ocultados al pueblo, como se hacía en el Antiguo Régimen. O cómo tildar de progresista, en fin, a tanto escándalo politiquero de influencias y pelotazo mascarillero que nos retrotraen a las mismas prácticas nepotistas, sucias, de siempre.
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