
Abierto de Noche
Francisco Sánchez Collantes
Vecce Vinci
Hace poco me topé con una curiosidad histórica que me dio qué pensar. Contaba Heródoto, en su obra Historias (Libro V), cómo Histieo, tirano de Mileto, ideó un método asombroso para transmitir un mensaje secreto a su yerno Aristágoras. Mandó rapar la cabeza de su esclavo de confianza, le tatuó el mensaje en el cuero cabelludo y esperó pacientemente a que el cabello volviera a crecer. Una vez la inscripción quedó oculta bajo la nueva cabellera, lo envió a su destino. Allí, solo fue necesario volver a afeitarle la cabeza para revelar la crucial misiva. Este episodio resulta fascinante por muchos motivos. Primero, por el ingenio. Es un maravilloso ejemplo de cómo la creatividad humana se pone al servicio de la necesidad. No hay pergamino, ni sello, ni mensajero que memorice las palabras. Es la piel humana la que se convierte en soporte y el cuerpo en vehículo transmisor. La historia de Histieo es una muestra más de ese talento tan humano para convertir las limitaciones en oportunidades y los obstáculos alternativas. Se vuelve cierta aquella idea de que cuando la necesidad aprieta, la inteligencia emerge. Hoy esta anécdota puede parecernos incluso poética, pero pensemos: ¿cuántos recursos, cuánta paciencia y cuánta confianza se necesitaron para ejecutar ese plan? ¿Cuánto había que creer en el secreto que se guardaba para apostar todo a un método tan arriesgado pero, a la vez, original?
En realidad, la historia de Histieo sigue siendo un reflejo de nuestra actualidad. La tecnología ha modificado las herramientas, pero no el instinto de supervivencia ni el impulso de proteger lo valioso. Seguimos escondiendo mensajes, ahora encriptados entre ceros y unos, buscando el mismo resultado: que solo el destinatario indicado pueda descifrar lo que llevamos dentro. Pero este episodio es también un recordatorio del poder de la paciencia. Sobre todo hoy, cuando nos desesperamos si el WhatsApp solo muestra un aspa. Y, sobre todo, es una lección sobre la confianza absoluta en el otro.
Quizá lo que más admire de esta historia sea eso: el recordatorio de que el ser humano es capaz de las mayores genialidades cuando necesita hacerse oír, cuando sabe que lo que tiene que decir es tan importante que no puede caer en manos de cualquiera. Ayer sobre la piel. Hoy en el aire. Y tú, si solo pudieras tatuar un mensaje que se jugara la espera, el riesgo y la historia… ¿qué escribirías?
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