Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Ya seas padre, madre, alumno o alumna, docente o una persona socialmente comprometida, el debate sobre cómo distinguir lo bueno de lo malo, lo útil de lo inútil, está siempre presente en educación. En una sociedad marcadamente relativista como la que vivimos, hay quien afirma que todo es según el cristal con que se mire o según las circunstancias. De ser así las cosas, estaríamos perdidos. Sería imposible construir nada que mereciera la pena, ya que en cualquier momento podría derrumbarse.
¿No hay ninguna regla, principio, práctica o forma de actuación que pueda ser aplicable en diferentes contextos, no hay ningún principio más o menos universal? Por supuesto que lo hay, como hay una ciencia llamada pedagogía que lleva mucho tiempo estudiándolo.
Lo primero que tendríamos que plantearnos ante cualquier teoría o técnica que se nos venda como innovadora o como simple mejora, sería: ¿dónde se ha puesto en práctica? ¿con qué resultados? Por muy seductor que nos parezca el mensaje o por muy atractivas que resulten la teoría o la herramienta que se utilice, no debemos olvidar que la finalidad última de la escuela es formar personas con unos determinados conocimientos (contenidos, habilidades, capacidades, competencias…) y formar ciudadanos con valores democráticos. Aunque somos conscientes de que cada contexto es distinto y creemos en los procesos, debe quedar claro que si un proceso no produce un buen resultado o cierto avance con respecto a la situación inicial, hay que abandonarlo y buscar otro.
Esto nos lleva a otro problema: definir qué es y qué no es un buen resultado. Los números son fríos, descontextualizados, impersonales… pero lo cierto es que tenemos que conseguir el éxito vital y educativo del alumnado dentro del sistema. De lo contrario, estaremos condenándoles a la exclusión social. Los números en conflictos de convivencia han de ser bajos, los de las calificaciones y las titulaciones, lo más altos que sea posible. Si queremos profundizar en el sentido de los números, en las causas y en la manera de interpretarlos, tendremos que preguntar a los protagonistas: profesorado, familias, alumnado. Solo así conseguiremos tener una imagen precisa de lo que esté sucediendo y podremos juzgar por completo una propuesta pedagógica. Investigación cuantitativa y cualitativa, lo llaman... Desconfíen de quien no presenta ni una sola evidencia de sus afirmaciones.
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