Reflejos
Francisco Bautista Toledo
Víspera de difuntos
Este año se cumple un siglo del fallecimiento en Málaga, a los ochenta y cuatro años, de Antonio Muñoz Degrain, gran pintor valenciano y uno de los maestros del arte español de todos los tiempos. Artista fecundo y exaltado, cultivó todos los géneros y obtuvo los máximos galardones de su época. El despegue definitivo de su carrera se produce a partir del gran cuadro Los amantes de Teruel, por el que obtiene una primera medalla nacional. Las más brillantes aportaciones de Muñoz Degrain están sin duda en el género del paisaje y como tal obtuvo la cátedra de este género en la Academia de San Fernando. Evolucionó desde un realismo tardorromántico hacia un lenguaje más personal, desihinbido y genial, de gran capacidad creativa. Muñoz Degrain fue un inventor más que un pintor naturalista o copista del natural. Llevó el paisaje a cotas imaginativas realmente sorprendentes, que funden los últimos latidos del romanticismo con el simbolismo, de fuertes connotaciones en el ámbito de lo sublime. Muchas creaciones paisajísticas de Muñoz Degrain pueden calificarse de sublimes, en tanto que muestran una naturaleza soñada, poderosa y acongojante, capaz de turbar y empequeñecer al ser humano ante su grandioso espectáculo. En ello es el mejor heredero del Goya tardío, que fue capaz de inventar paisajes que son auténticas creaciones, casi metafísicas. Recuérdese aquí El Coloso, El Globo de Agen o algunos de los paisajes que sirven de fondo a varias de sus Pinturas Negras. Muñoz Degrain buscó con frecuencia inspiración para sus paisajes en temas históricos, literarios, mitológicos o sagrados. También en las desgracias naturales o los infortunios del ser humano atrapado en una naturaleza peligrosa y fatal. La Laguna Estigia, El coloso de Rodas, las inundaciones en Valencia o Murcia, las vistas imaginadas de Sierra Nevada… forman un corpus deslumbrante de imágenes turbadoras y geniales. El cuadro sobre El becerro de oro, que narra la historia de Moisés, figura en nuestra colección del museo de Olula y es un ejemplo de paisaje “sublime” de Muñoz Degrain. Muestra una naturaleza inmensa en agitación; el humo de la hoguera se mezcla con los nubarrones amenazantes. Un terremoto precipita una roca por la ladera del Sinaí, a cuyos pies dos israelitas luchan a muerte y aparecen las tablas de la ley rotas. La pincelada es arrebatada y el uso del color rico y fastuoso, casi caprichoso. Late un frenesí creador insólito en la pintura de su época y un magistral poder de invención.
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