La mirada zurda
¿Qué es la suerte?
No voy a comentar la película de los Coen/Bardem, pero el título se me ha venido a la cabeza un par de veces esta semana. La primera vez fue cuando mi nieto de 17 años –que ya se toma unas cañas y alguna copichuela los fines de semana- me rechazó una copa de Tarón reserva de 2016 para acompañar un excelentísimo medallón de presa ibérica de bellota. El vino es para los viejos, me dijo, para gente de sesenta años o así. La segunda vez fue leyendo la noticia de que el 72 % de los adolescentes prefiere informarse por amigos o la familia, antes que en los medios. La tele y las redes siguen en su rango de preferencias. La prensa on line (32,1 %), la radio (9,4) y la prensa en papel (5,5) ocupan los tres últimos puestos. Nada novedoso, salvo la constatación del “salto” que hay entre periodistas y el conjunto de cuñados y viejas del visillo. Pero volvamos al vino que es lo propio de esta columna; y de su autor, un viejo con todas las de la ley, ya está bien de eufemismos: mayores, tercera edad, etcétera, que no nos van a quitar años.
El caso es que tomar la comida diaria en familia y con vino es cosa del pasado para un buen número de ciudadanos. Y las tertulias de barra con chato de vino y tapa se han convertido en grupos que, sentados a las mesas (casi no quedan barras), comen raciones con cerveza, refrescos, agua mineral o, como mucho, tinto de verano. O sea, que cuando los adolescentes y jóvenes de hoy sean los “mayores” de mañana o pasado, apenas quedará quien siga tan mediterráneos y saludables hábitos. No quiero decir que se va a dejar de beber vino, el consumo está estabilizado, pero parece que se circunscribe a ocasiones señaladas y a grupos sociales de nivel económico y cultural de medio para arriba. El negocio bodeguero se sostiene por la apertura de nuevos mercados en países emergentes.
Así que, mientras pueda seguiré leyendo la prensa en papel tomando un café en una agradable cafetería, o acompañando al aperitivo de los domingos. Y me serviré todos los días una copa de vino con el almuerzo (o dos si son chicas). Y recorreré todas las noches, por riguroso turno, mis barras preferidas que aún quedan, donde me tomaré dos o tres copas de fino o manzanilla con tapas cortitas. Y pegar la hebra con algún vecino de barra, como he contado de vez en cuando. Son sacrificios que tenemos que hacer los viejos para que no caiga demasiado la media de consumo de vino en España.
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