Cuando seas padre, comerás huevos

Antes, y no hace tanto de ello, había que esperar para casi todo. Hoy en cambio, estamos saturados de cosas que ni sabemos que no queremos

06 de junio 2024 - 00:00

Grano no hace granero, pero ayuda a su compañero. Frase lapidaria del refranero español, y que a mí me retrotrae a la infancia, pues era uno de los básicos de mi madre. Frases de otras épocas en las que guardar para después y reunir poco a poco era algo grabado a fuego en las generaciones de la posguerra y de los años del desarrollismo previo a la transición. Las nuevas hornadas, más acostumbradas a la inmediatez de las cosas, al exceso de oferta en prácticamente todo tal vez no lo entiendan.

Antes, y no hace tanto de ello, había que esperar para casi todo. A hacerse mayor para empezar. A que se estrenasen las películas en el cine, a que salieran en VHS y poder alquilarlas en el videoclub si tenías la suerte de que no estuviese ya cogida, o a que la pusieran en la tele. Pasaban años entre cada uno de estos hitos. Hoy en cambio, sin entrar a valorar la abrumadora oferta de películas y series que saturan cada una de las plataformas digitales y que a golpe de botón desde el sofá puedes consumir, todo es más inmediato, fácil y accesible.

En otros tiempos, comprar un ordenador para la casa era algo excepcional. No solo había que encargar en la tienda de turno el aparato, sino que el coste era importante. En ocasiones, los hijos ahorraban poco a poco para poder comprarlo y exprimirlo durante años, sacándole todo el partido posible. Hoy, se cambia de smartphone porque la cámara no tiene el filtro del bigote de gato o se renueva el portátil porque la manzana mordida no se retroilumina. Esto último, que obviamente está irónicamente exagerado, no se aleja mucho de la realidad actual, en la que poseer para figurar y mostrar es el motor principal que mueve el mundo. Al menos el primer mundo.

¿Dónde ha quedado esa hucha de lata de las monedas de las vueltas que uno conseguía escamotear a su madre al volver de los recados? Esa cajita a la que poco a poco y como una hormiguita se iba alimentando con lo que se pescaba de un cumpleaños, de los abuelos siempre dispuestos a sacar una sonrisa o de una asignación o paga semanal, con la vista puesta en ese inalcanzable capricho que cualquier niño de la época aspiraba a conseguir.

Suena a añoranza y romantización de tiempos pasados, pero frente a la vorágine y velocidad de hoy en la que el deseo no tiene tiempo ni para gestarse antes de ser aniquilado por la saciedad, no está de más parar, tomar aire y buscar retos e ilusiones inalcanzables.

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