Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
El olor a pan tostado. Es quizás, con el del incienso mezclado con el azahar del mes de abril, el aroma impersonal que más me gusta. El olor es lo último que se olvida. Acaso nunca se aleja, se queda impregnado y cuando crees que ya no lo recuerdas, de repente, florece. Las fosas nasales inspiran y te embriagas de esa esencia que te evoca al pasado y a momentos, a rincones y callejones, a mañanas y puestas de sol, a café de Colombia y un té inglés con pastas de mantequilla, a pies descalzos y abrigos de lana, a mar y montaña, a lunes y a domingos, a cuerpos y a sexo, a ropa y a almohadas, a nucas y pecho, al todo y la nada. El olor es sin duda, una fuerza atractiva tan poderosa que siendo intangible puede hacer que te gires 180 grados para mirar a quien de refilón llevaba el mismo perfume de vete a saber quién, que por esa idéntica fragancia, sin estar, se hace presente. El olor de las sábanas limpias, del césped mojado, el de la cera de una vela, el de un bizcocho creciendo en el horno. El de la clínica de un dentista, el de la gasolina, el olor a enfermo, el olor a muerte, el olor a pastilla, el hedor repugnante que rezuma a hospital. A tequila, a verbena y sudor, a carne y lujuria, a mentira y verdad. El olor de mi madre compactado a mi piel, el de mi hija anclado a mi alma, el de mis abuelas a mis entrañas y el de quien no quisiera, robándome la libertad. El olor a naranja, a limón y sandía, a natillas y chocolate, a canela y vainilla. El repugnante de alcantarilla, de fosas y fondos, de borrachos de alterne, de colonia barata, de saldo y D. Juan. El olor a pólvora, a tienda de lujo, a super de barrio, a traición y lealtad. A sus manos, a su pelo, a su abrigo, a lobo y cordero, a su chaqueta y disfraz. A perfidia, a habanos y pitillos, a wiski con hielo, a ron y orfandad. A odio, a despecho, a envidia, a falsas monedas, pesquisa y ruindad. A nuevo, a viejo, a revista y tragedia, a ficción de novela, a comedia y realidad. A teatro, bambalinas, a mercadillo, a serpentina, a charanga y carnaval. Al circo que es esta vida, a la noria en que nos montamos, al puente que atravesamos, al dime y al qué dirán. Al humo de la chimenea mientras centellean las ascuas, perdida, perdiendo la prisa, mirando a Sabina, pensando, sonrío y sigo rimando oliendo a fe y enterrando desdicha. Observo la llama agitando y la carrasca menguando, me envuelvo sola en mis brazos, escucho a Gardel cantando, miro al cielo musitando, doy las gracias y bailo el tango…Con R de Reina.
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