Antonio Lao
Día de la Provincia, algo más que medallas
En la antigüedad griega, durante los Juegos Olímpicos se decretaba una paz entre todas las polis, una tregua que se consideraba sagrada. El espíritu olímpico consiste en eso, en la paz entre los participantes. Hoy eso es imposible. ¿Qué países no podrían participar actualmente en las olimpiadas por estar en guerra con terceros? Desde luego, Rusia y Ucrania no podrían, ni ninguno de los países que los apoyan. Tampoco Israel, ni Estados Unidos. ¿Qué queda, entonces, de aquel espíritu olímpico griego?
Por otro lado, el deporte fue en tiempos un sucedáneo de la guerra. En la competición, que entonces era, como las batallas, individual, un enfrentamiento personal, se quemaban energías y sinergias que ahorraban enfrentamientos entre estados. Los pueblos vivían de la agricultura y el comercio, y las guerras interrumpían la vida normal de la gente: eran ruinosas siempre, tanto para el vencedor como para el perdedor –esto último no ha cambiado mucho–. Era preferible organizar unas competiciones que incluso siendo con frecuencia sangrientas, suplían el terror de la guerra. También este significado del hecho olímpico se ha perdido. Las olimpiadas modernas no han podido fomentar la paz como hacían en sus orígenes clásicos. Para la consecución y mantenimiento de la paz en el mundo existen organismos internacionales, la ONU singularmente, el Tribunal Internacional de La Haya, incluso la OTAN –por aquello de la persuasión– que se han mostrado desde su creación poco eficaces. La paz entre las naciones es frágil. Difícil de conseguir, mucho más aún de mantener, puede saltar en pedazos en cualquier momento arrastrando a los pueblos, que nunca son culpables de su pérdida y son las víctimas de todas las guerras.
Hoy las olimpiadas son, ante todo, una gran movida económica. Su misión ya no es el fomento de la paz, sino del turismo y el comercio. Una olimpiada no es ya más que un acontecimiento televisivo, un espectáculo, que mueve miles de millones. Lo del deporte es lo de menos, aunque haya sido su esencia histórica. Todo lo demás es cuento, propaganda, maniobras de distracción de lo principal. ¿Qué son cultura? Claro, quién puede negarlo. Pero no son nada más. Su capacidad de influencia en la dinámica política mundial es nula. Su capacidad para cambiar las cosas es, hoy día, cero.
Así que suerte a los atletas españoles. Y ustedes que lo vean por televisión, a gusto en el sofá.
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