Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Me cuesta trabajo mirarme si escribo sin denunciar la masacre de los israelíes contra los palestinos y el sur del Líbano, tras el atentado sorpresa de Hamás y otros grupos armados de la franja al sur del Líbano hace ahora un año. Nadie niega que aquella emboscada de Hamás, conociendo como conocen la potencia del ejército israelí, fue además de inicuo de una torpeza sorprendente, pero la matanza indiscriminada que Israel está imponiendo me obliga a no callar.
Cuando aquel día estalló el odio bíblico que el gobierno israelí fermenta en los territorios ocupados se dijo que el objetivo era exterminar Hamás, pero hemos visto que las intenciones llegaban hasta las milicias de Hezbolá al sur del Líbano y, amparados en el viejo odio bíblico, un intenso bombardeo está creando el riesgo a nuestra propia seguridad, sembrando su propio odio en el odio de los humillados que, cualquier día, puede estallar sobre nosotros mientras tomamos café en una terraza de Almería o Madrid.
No hay compasión, ni revancha, ni venganza en el odio del gobierno israelí elegido para la violencia. Es odio esa pavorosa lluvia de acero y destrucción que sueltan las bombas y cañones del ejército israelí -dicen que uno de los más poderosos del mundo- cuya excusa son las muertes de los judíos secuestrados por Hamás. Pero es mentira.
De nada sirve la ira de los jóvenes estudiantes a la puerta de las universidades, en las aulas, en las plazas, en las calles denunciando esa herencia de violencia caníbal y la pasividad de Occidente -si Occidente es los EE.UU- que me sirven en cada telediario. De nada han servido las resoluciones del Consejo de Seguridad de los últimos 76 años, ni las obligaciones que impone la Convención de Ginebra a una potencia ocupante ni la farsa política de la ONU si el frío corazón de los intereses políticos norteamericanos no prenden la paz.
No sé si la pandemia del Covid fue una plaga más de Yavhé, como cuando quiso castigar a los egipcios y los filisteos en tiempos de Moisés, o es una expresión de un Dios cansado de tanta soberbia para hacernos más humanos, pero no quiero ser cómplice silencioso de Netanyahu, ni de las bombas que caen ahora sobre el sur del Líbano que alimentan odio. Y no otra opción sino escandlizarme por esa matanza sin cuartel contra una población civil. Callar o justificar esa catástrofe inmoral es indigno cuando se es consciente que no es cordura, ni venganza sino odio el que alimenta el gobierno israelí contra esa población civil de mujeres, ancianos y niños.
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