El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Debe de ser la exquisitez quien guíe nuestros sentidos. El equilibrio entre la pasión y el corazón. La mesura entre el deseo y el puedo. En ocasiones nos preguntamos cómo podemos apaciguar el dragón que llevamos dentro. Hacía donde vamos, para sentir esta sensación de estar, una vez más más, alimentando a nuestras más íntimas estancias. Me pregunto hasta cuándo aguantaremos intactos antes de que nos devore nuestros propios miedos, hasta cuándo resistiremos este embate que hemos emprendido y que si no logramos controlarlo, terminará con nuestros cuerpos entre las fauces de sus mandíbulas.
El odio ha reemplazado las banderas. Los mástiles se convertirán en nuestro palio. Y nuestros errores en el pecado que muy posiblemente no podamos expiar. Sea así la honestidad quien nos devuelva a la cordura. A sus labios sobre el pecho de nuestro tormento. A la paz que proclamamos y que necesitamos para sentirnos dignos. Sea nuestra hermana la luz de nuestras pupilas, apenas la voz o el sonido que nos despierte en la tempestad. Acaso la mano, que tendida, del niño que llevamos dentro que nos ayude a levantarnos. En nuestra obcecada tarea de vivir siempre tendemos a pensar en todo aquello que nos hace falta, en todo aquello que no hemos conseguido, en todo aquello que hemos perdido o en lo que hemos fracasado.
Porque nuestros demonios se alimentan de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de nuestra hambre. Y saciarlos es fácil, tan solo tenemos que dejar aflorar nuestra noche más cerrada, nuestros instintos más oscuros, pero como dije antes, que sea la mesura quien nos guíe. Que sea luz quien marque los pasos de nuestros pechos. Que abra el camino hacia ese nuevo futuro que nos merecemos y que nos espera. Sin darnos cuenta que lo más espléndido está sucediendo en estos momentos. Sin olvidarnos de quiénes somos realmente y de lo importante que es todo aquello que acontece a nuestro alrededor, de la suerte que tenemos en vivir y de disfrutar de este acto que es la vida. Sin olvidarnos de que crecemos en la luz, que de ella venimos y hacia ella vamos. Que nuestras pupilas son capaces de iluminar todo aquello que nos proponemos. Que el milagro es aquí y ahora, y podemos compartirlo juntos. Que no tiene límites, que no conoce muros ni fronteras. Que somos el milagro hecho realidad y hoy hemos venido a compartirlo.
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