Vía Augusta
Alberto Grimaldi
‘Informe caritas’
Luces y razones
El ocaso es una diaria compostura de los cielos, hecha de irisaciones y fulgores, con que los prodigios de la vida ponen el velo de la noche al sucederse de los días. Comparte, por ello, la naturaleza de los finales o, de modo en este caso participado por la metáfora, el carácter del decaimiento o del declive, que no solo afecta a los mortales, con sus malhadadas consecuencias, sino incluso a los dioses, ya que pueden declinar, aunque sea por razón o en el argumento de los mitos, de suerte que la condición divina se aminore al resultar afectada por las cuitas de los mortales. Así las cosas, bastante mejor será disfrutar del ajeno ocaso de una jornada en el espejo del Mediterráneo, con la esplendorosa contemplación de las luces del astro rey, que se encienden o se apagan hospedadas en las estancias de los hemisferios por las ininterrumpidas -y que así continúen- rotaciones de la Tierra. Se ha dicho ajeno ocaso porque no se trata del que pudiera afectar a las disposiciones del cuerpo y del alma propios, si bien contemplarlo, con la introspección abierta por la mirada, no solo lleva al goce que procuran los prodigios, sino a la recapacitación que se alía con el pensamiento para anticipar, o ser conscientes, de que el ocaso también nos compondrá, en su momento y tiempo más o menos característicos, el porte con que se anuncia, o manifiesta, el acabarse.
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