A Vuelapluma
Ignacio Flores
Ya mismo lo estreno
Luces y razones
Afortunadamente, la obsolescencia no se confunde con la senectud. O, al menos, preferible es pensarlo así. Si se habla con propiedad, que es una facultad valiosa y poco repartida, la obsolescencia no debe aplicarse a la vida humana, sino a productos, para referir que estos quedan obsoletos como efecto de los avances tecnológicos; de manera que resultan anticuados y no se adecuan a las necesidades actuales. Mientras que la senectud pone nombre al periodo, ahora sí, de la vida humana que sigue a la madurez. La ancianidad, por tanto, no es una manifestación de la obsolescencia, aunque el edadismo, esa perversa discriminación por razón de la edad, principalmente de las personas mayores, así lo considere en su inicua doctrina. La obsolescencia presenta, además, un aspecto de especial interés: su programación temporal, la obsolescencia programada. Esto es, el final de la vida útil de un producto se establece desde el momento de su fabricación y, por ello, habrá que renovarlo no mucho tiempo después de adquirido. Acaso el edadismo ponga pocos reparos a la eutanasia, al servicio de la ancianidad programada. Mayúsculo disparate aparte, cuando la obsolescencia no regía tanto, las cosas duraban y servían largo tiempo, de modo que, hogaño, pueden resultar piezas de museo, aunque esperen la recogida junto a los contenedores de basura.
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