Las nubes no nos quieren (y quizá no sean las únicas)

03 de octubre 2024 - 03:08

Es cierto que cunde el desaliento por estos pagos. Hay una frase que se está haciendo “trending topic” (jejeje). Cuando preguntas a cualquiera cómo va la oliva por sus tierras es fácil oír esta contestación: “ni pa’picar”. O sea, que no es que no haya aceitunas para mandar a la almazara; es que ni siquiera hay para echar un poco en agua y tomarla como aperitivo o aliño de las ensaladas. O sea, ruina total. Si le añadimos la más que escasa cosecha de la almendra no es de extrañar que no estemos para alegrías. Aunque a pesar de eso, o quizá precisamente por eso, hay que aprovechar cualquier resquicio que nos alegre la vida. Pero eso es al corto plazo. Si miramos a largo plazo, el futuro no parece ser más negro. Por lo que sea, la lluvia dice que nada tiene que hacer por aquí. No podemos echar la culpa a las avionetas (esas que dicen que están pidiendo desde centro Europa porque están hartos de agua, no perdamos el sentido del humor): es que ni aparecen las nubes para tener que disolverlas. Cuando veo la información meteorológica y observo cómo se van disolviendo las nubes al llegar a los límites de nuestra provincia me entran ganas de imprecar al informador, y ya que dice “lloverá por aquí” o “hará viento por allá”, ¿por qué no “mandas” a las nubes que se vengan por estos pagos? ¿Qué trabajo te cuesta? Por supuesto, no es más que una reacción emotiva e irracional, no crean que lo digo en serio. Pero es que haber tenido un año agrícola en el que la media de precipitaciones ha sido inferior a 40 litros por metro cuadrado (mi pluviómetro me dice que hemos sido unos privilegiados: 55 litros) da como resultado ese panorama lamentable del que tuve a bien hablar en un artículo anterior: todo el entorno reseco. Solo sobreviven algunos olivos que están en alguna cañada algo fresca y aquellos árboles que tienen la suerte de “ser engañados” con un espolvoreado de agua con goteros procedentes de algún pozo que por suerte aún no se ha secado. De estos hechos también han dado cuenta algunos reportajes publicados en este mismo periódico, y que merecen una alabanza. Pero que conste que lo que escribo no es por boca de ganso: lo estoy viviendo. Y ¿a quién puede extrañarle que la despoblación pueda convertir en un desierto toda la zona de media y alta montaña? ¿A quién se puede recurrir para hacer frente a este problema? ¿Puede hacer algo la administración? Lo dudo. Pero le pediría que, por lo menos, no pongan palos en las ruedas. Y sé lo que me digo.

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