12 de septiembre 2024 - 03:09

¡qué grandes eran los tiempos homéricos, con sus héroes y sus personajes mitológicos! Siempre me llamó la atención el episodio de la Gigantomaquia, aquella lucha en la que intervinieron unos gigantes mitológicos generados por Gea (despechada por el encierro de aquellos otros grandes seres, los Titanes) contra unos héroes mortales como Hércules y sus flechas. Esos enfrentamientos sí que fueron algo grandioso, digno de recoger en grandes relatos. No menos grandes eran los enfrentamientos entre héroes mortales, como aquel de Aquiles, obcecado por una “funesta cólera”, contra Agamenón, contado por la diosa a través de Homero. Suerte tuvieron al contar con unos rapsodas de tanta categoría. Así han podido llegar hasta nosotros con toda su grandiosidad. Toda época necesita alguien que cante sus proezas. Me gustaría ser un rapsoda de las “hazañas” de la actualidad, pero está muy claro que yo no soy Homero. Aunque me parece que está no menos claro que hoy día tampoco hace falta alguien de tan elevada categoría. Más que nada porque estamos muy lejos de encontrarnos ante una batalla de gigantes: Resulta algo evidente si medimos la talla de los contendientes actuales en función de sus “luchas”. No hay arco y flechas, ni escudos y espadas: consisten por completo en hablar, en hacer declaraciones, en usar expresiones que se repiten una y otra vez, con la misma vacuidad. Por eso, creo que en lugar de encontrarnos ante una” gigantomaquia” estamos viviendo una “gatomaquia”: una logomaquia plagada de insultos, desdenes y, sobre todo, apariencia de argumentaciones, solo apariencias. Pocas veces he visto una concatenación más penosa de mensajes que se emiten casi sin contenido y sin ofrecer ni el núcleo ni los detalles, por ejemplo, sobre amnistía o sobre financiaciones más o menos peculiares; y al mismo tiempo, y ante tamaña falta de información, en lugar de callar, oímos unas respuestas dadas con aparente seguridad y unas objeciones que del mismo modo que las informaciones que no se dan, se mueven en la más inane superficialidad. Y hacen predicciones apocalípticas sobre el lamentable futuro que nos aguarda, y se centran en lo que creen auténticas motivaciones de los agentes, que consideran de lo más reprobable, olvidándose del problema que se trata de resolver, como si no tuviera importancia, y dan de lado y devalúan los hipotéticos resultados que a veces se consiguen.

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