Vía Augusta
Alberto Grimaldi
‘Informe caritas’
Monticello
El concepto jurídico de minoría no es cuantitativo, lo determinante, en último término, es que se trate de un colectivo que carezca de instrumentos reales para hacer valer su voz en el proceso político y que, por esa razón, sean preteridos o discriminados en el espacio público. Desde luego, en las sociedades occidentales los niños son hoy una minoría en el sentido numérico, pero lo verdaderamente significativo es que también lo son en ese otro sentido constitucional. Es probable que el momento más revelador de su condición política como colectivo lo tuviéramos durante la pandemia, aquellos días de parques cerrados, pero de bares abiertos, de paseos al perro, pero no al crío, y de ese curso en el que los niños no pudieron verse el rostro en las aulas, velado por el tapabocas, mientras los adultos teníamos buenas opciones para hacer de nuestra capa un sayo. Recuerdo una columna escrita entonces por Daniel Gascón que daba en el blanco: cuando nos pregunten algún día por lo que les hicimos, no podremos imputarle el ilícito al coronavirus porque, en puridad, fuimos nosotros. Claro que la niñez lo soporta todo y a esas edades aún no se le pasa a uno por la cabeza la insurrección. Ninguna otra cosa merece, por ejemplo, el hecho de que, en la calidísima España, no sea norma que no haya aula escolar que no disfrute de aire acondicionado. Piensen, ya sea un momento, si conocen cualquier otro servicio público que imponga a buena parte de sus funcionarios y usuarios el peaje del calor en los meses estivales. No le den más vueltas porque no lo hay. No existe institución, al margen de la escolar, en la que se asuma de forma tan severa el ahorro de energía. Ya decíamos que el niño aún no sabe qué es la discriminación, y de ahí su aquiescencia, pero lo miserable, sin duda, es lo de la sociedad adulta que no es capaz de defender a esos críos en una cuestión tan básica y tan vinculada al derecho a la educación. No era el coronavirus y no es el ahorro energético ni el cambio climático, somos nosotros, otra vez, que nos aprovechábamos de que sois niños. Mas este desprecio a la niñez tiene rostros todavía peores, como el que ofrece el informe PIRLS, que constata la dramática pérdida de compresión lectora de nuestros niños y sitúa a España por debajo de la ya muy discreta media de la UE y la OCDE, cosa que a nadie importa porque, diluidas las tradiciones socialista y conservadora, y cuando se rinde culto narcisista a cualquier diferencia, los niños, esa minoría inocente, son meros soldados en el erial de las guerras culturales. Y cada uno que salve al suyo.
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